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martes, 8 de diciembre de 2009

Despertar energético: una nueva visión

Debido al calentamiento global, el mundo comienza a demandar grandes cambios estructurales en el modelo energético. La coyuntura actual está llena de oportunidades y Colombia debe aprovecharlas antes de que sea demasiado tarde.

El país debe emplear políticas visionarias que anticipen los cambios que vienen. Tenemos una oportunidad única para lograr un crecimiento acelerado parecido al de los países asiáticos en los años noventa. Es fundamental desarrollar una estrategia energética y ambiental para garantizar la seguridad nacional, mejorar la competitividad en las próximas décadas y explotar nuestra ventaja comparativa en biodiversidad.

La producción petrolera de Colombia ha aumentado en los últimos años gracias a los cambios en el marco regulatorio. Pero las políticas del Gobierno, aunque acertadas, simplemente han recuperado el tiempo perdido. Hasta ahora, ningún gobierno ha tenido la ambición ni la visión necesaria para dar un gran salto hacia el futuro y surgir de la insignificancia y la pobreza.

Si no hay un gran hallazgo en los próximos años, Colombia pasará de ser exportador a importador neto de crudo cerca del 2018. Además, somos y seguiremos siendo importadores de gasolina y diésel, porque nuestra capacidad refinadora es insuficiente para la demanda interna. Por eso, nuestros combustibles son los más caros del continente.

A nivel internacional, pese al bajón causado por la crisis financiera, el precio del petróleo se recuperará gracias al crecimiento de India y China y al lanzamiento de vehículos ultrabaratos. A pesar de recientes grandes hallazgos, la capacidad de extracción instalada en el mundo aún es limitada. Un aumento en producción que genere una reducción significativa y consistente en el precio del crudo tardará al menos una década.

Mientras tanto, se sigue acercando el nivel máximo de producción petrolera (peak oil), punto en el cual el precio del crudo y de sus productos derivados se disparará, afectando más a los países emergentes, no productores que no se hayan preparado.

Colombia tendrá que ajustarse al nuevo esquema energético mundial tarde o temprano. A la hora de cambiar de modelo, nuestro subdesarrollo puede ser una ventaja. Pero es necesario planear y emplear una estrategia ambiciosa y audaz para el futuro.

Propongo que desarrollemos una canasta energética más independiente, renovable y sostenible que preserve nuestros recursos ambientales. Estamos sentados, con los brazos cruzados, sobre una fuente inmensa de energía geotérmica (calor volcánico) que duerme bajo los Andes y desaprovechando nuestro potencial eólico (molinos de viento) y solar. Tampoco nos estamos sirviendo de nuestras dos costas, de donde podríamos generar biocombustibles derivados de alga y extraer energía de las mareas.

Es peligroso seguir impulsando la primera generación de agrobiocombustibles tan agresivamente. Éstos no han logrado reducir las emisiones, han encarecido el precio de los combustibles para todos, y además, amenazan nuestra seguridad alimenticia.
Colombia es el segundo país más biodiverso y alberga el 10 por ciento de la flora y fauna del mundo. Es un error continuar reemplazando recursos ambientales únicos con monocultivos de palma.

En el siglo XXI, nuestra biodiversidad puede ser una gran potencia económica para el país. Por lo tanto, sería más rentable y sostenible dedicar nuestros recursos ambientales al turismo ecológico y al desarrollo de industrias de la biotecnología. Además, si el tratado que sustituirá al protocolo de Kyoto premia esfuerzos que eviten la deforestación, una política de conservación ambiental podría generar grandes ingresos en los mercados de créditos y bonos de emisiones. Por eso, junto con el bloque de países Amazónicos debemos negociar una compensación adecuada en Copenhague por el costo de oportunidad que implica preservar el pulmón del mundo.

Dicho esto, los biocombustibles de segunda y tercera generación, más productivos por metro cuadrado, no deben ser descartados. Pero no debemos poner todos los huevos en la misma canasta. Aunque en materia de gas vamos por buen camino, deberíamos fijar metas más ambiciosas. Propongo una legislación para reducir el consumo de gasolina y diésel interno, que acelere la transición del parque automotor al gas y que permita la libre importación de motocicletas y vehículos híbridos, eléctricos y de hidrógeno. El gas es más barato, tiene un precio menos volátil y es más limpio que la gasolina. Además, la mayoría de nuestra electricidad ya es hídrica, limpia y renovable.

Actuemos ya para que en el 2020 el uso doméstico de gasolina y diésel sea mínimo. ¡Sería muy buen negocio! Se aumentaría la competitividad de nuestras exportaciones que hoy sufren por el gran costo de traslado a los puertos.

Es hora de dejar de estar a la merced de la Opep, en Suiza, cuyos precios tienden a generar inflación y son fijados con la participación de Venezuela y Ecuador.

Aprovechemos el valor de nuestra moneda y el particular entorno mundial para invertir agresivamente en el desarrollo de la biotecnología, en proyectos de energía renovable y en sistemas de transmisión eléctrica inteligentes. Hacerlo incrementará la independencia de nuestro Banco Central, aumentará la seguridad nacional y nos abrirá campo para emplear una estrategia diplomática más audaz y menos reaccionaria.

Tenemos la oportunidad de convertirnos en líderes en los campos de la biotecnología y la energía limpia. Optimicemos nuestros recursos petroleros y carboníferos, dirigiéndolos del uso doméstico al mercado de exportación en el momento más oportuno y rentable.

Llamo a que se libre un debate energético y ambiental e invito a los ciudadanos inquietos a informarse y a participar en la discusión. Levantemos la mirada hacia el horizonte y elijamos líderes visionarios en vez de reelegir gobernantes con perspectiva de avestruz que plantean ideas recicladas e irrelevantes en el nuevo orden mundial.

CAMILO DE GUZMÁN
Economista y Abogado

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