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jueves, 22 de octubre de 2009

Hacia el Ostracismo del Siglo XXI


Si vamos a introducir conceptos dignos de la democracia radical o hiper-democracia de Atenas clásica, tal como aquel del “estado de opinión,” deberíamos implementar a la vez otros mecanismos de este sistema. Propongo que el primero que introduzcamos sea aquel del ostracismo, o el destierro de individuos- adoptado en Atenas a principio del siglo V a.C- para restringir el poder de potenciales tiranos que amenazaban las libertades de los ciudadanos.

En griego, el verbo “ostrakízo” deriva del sustantivo óstrakon, el cual significa un contenedor o una jarra de arcilla, pero también un tiesto o fragmento de arcilla. En Atenas, se estableció la práctica de preguntarle a la asamblea de los ciudadanos (eklesía) si deseaban desterrar a algún político. Si una mayoría aceptaba, se convocaba una futura asamblea donde los ciudadanos escribían el nombre de aquel que deseaban desterrar sobre tiestos de jarras u óstraka.

Dependiendo del número de tiestos recolectados, se desterraba por un período fijo, normalmente diez años, a aquel político que la mayoría decidía expulsar. El verbo “ostrakízo” quiere decir literalmente “yo expulso (a alguien) por medio de un tiesto (óstrakon).”

La víctima del ostracismo, sin embargo, retenía tanto su condición de ciudadano como su propiedad, mientras la asamblea le podía pedir que regresara en cualquier momento. Por lo tanto, el ostracismo no era una condición tan miserable como la del exilio, lo cual implicaba la pérdida permanente de la ciudadanía y de la propiedad.

Propongo que se adopte el ostracismo en Colombia porque sería la manera más civilizada- fuera del estado de derecho que se está desmantelando, claro está- de deshacernos por un tiempo de ciertas personas que el público considere de nefasta influencia.

Este mecanismo nos traería enormes ventajas. Sin recurrir al magnicidio, al secuestro o a la intimidación, radicales tanto de izquierda como de derecha, demagogos embaucadores, chisgarabíces y otros charlatanes serían exigidos por los votantes de bien- y, ?quién no se considera de bien al votar?- a abandonar el país por un período determinado, digamos de cinco años.

Durante este tiempo, el desterrado podría, como Solón en su autoexilio tras establecer su constitución, recorrer el mundo y familiarizarse de cerca con las leyes (o falta de ellas) y los sistemas políticos de los países que no deberíamos emular (Venezuela, Ecuador, Bolivia, Rusia, Libya, Irán) y de los que sí (El Reino Unido, Alemania, algunos estados de EEUU- definitivamente no Luisiana- y Chile, por ejemplo.)

También podría aprovechar el desterrado su ostracismo para avanzar sus estudios en el exterior, algo que podría financiar el estado colombiano con los fondos recaudados por el brillante modelo económico dentro del cual los subsidios a los muy ricos reducen la desigualdad. De esta manera, no solo lograríamos deshacernos por algún tiempo de ciertos mequetrefes con cargos públicos, sino que unos años después podríamos recibirlos seres ilustrados, eruditos y cargados de diplomas. Nunca sobra un L.L.M de Harvard o un magister de la Universidad de Oxford en el congreso nacional…

Como tal, el ostracismo podría convertirse en un aspecto central de la política de educación del gobierno. Recordemos que, de los encuestados por Ipsos Napoleón Franco, solo el 10% ha completado estudios universitarios y únicamente el 2 % posee un postgrado.

En cuanto al mecanismo de la votación, podríamos establecer una especie de “Ostracismo del Siglo XXI.” Dentro de este sistema, se usarían nuevas tecnologías como el voto por internet (si el estado le brindara acceso a la red a más que una minoría) en vez de tiestos de arcilla para desterrar a los políticos corruptos o ineptos.

El próximo paso sería exportar nuestro modelo, tal como hace Chávez con su delirante revolución. La meta sería que se adoptara el ostracismo dentro del mismo consejo de UNASUR. Así, si Colombia lograra reformar la cancillería para que contrate a diplomáticos de carrera y competentes y no primordialmente a secuaces del Presidente, podríamos forjar una mayoría que expulse al mismo Chávez por decisión unánime.

Claro, el sistema del ostracismo no es perfecto; hasta los mismos atenienses lo abandonaron tras unas décadas al darse cuenta que individuos talentosos y hasta indispensables habían sido desterrados por la envidia de las masas agitadas. Sin embargo, es perfectamene consecuente con el “estado de opinión” que se basa no en las leyes, sino en el criterio momentáneo de la mayoría.

Juan La Motte*


*Futurista

viernes, 16 de octubre de 2009

¿El fin de nuestra República democrática, participativa y pluralista?


Al pretender establecer un “estado de opinión”, Uribe atenta directamente contra el Artículo 1o de la Constitución que define a Colombia como “un Estado social de derecho, organizado en forma de República … democrática, participativa y pluralista…”


Un aspecto fundamental del estado de derecho pluralista es el respeto a las minorías políticas y disidentes, las cuales, por definición, son incapaces de defender sus derechos mediante el proceso político.


Por esa razón, la Constitución de 1991 decreta ciertos derechos fundamentales e inviolables en contra de los cuales no se puede legislar, por mas mayoría que haya. Cualquier ley que atente contra estos derechos es por lo tanto inconstitucional e inválida.


El discurso del Presidente sobre el supuesto “estado de opinión” genera confusión respecto a lo que significa la democracia. Sus proponentes confunden la democracia participativa que tenemos con la híper-democracia directa, que es lo que quieren que tengamos.


La diferencia entre estos dos conceptos es monumental. La introducción de un estado de opinión tendría consecuencias desastrosas para las libertades de la sociedad civil.


Alentando a las mayorías que lo apoyan, Uribe intenta legitimizar una posición que viola los principios establecidos en la Constitución de 1991 y atropella el carácter fundamental de Colombia como una república de leyes. Los infundados ataques contra la legitimidad de aquella Constitución intentan desechar la institucionalidad del país y el estado de derecho sin observar el debido proceso. El Presidente se está aprovechando del apoyo de un pueblo agobiado y ansioso por acabar con la violencia para imponer su voluntad.


Esencialmente, Uribe busca implementar un sistema político populista y autócrata, similar al de Chávez y Correa.


El discurso del Presidente sienta un panorama tenebroso cuyo alcance va mucho más allá de las próximas contiendas electorales, ya que pone en peligro la inviolabilidad de todos los derechos fundamentales del pueblo colombiano.


Para entender el peligro que implica tener un estado de opinión, cabe analizar un caso hipotético que podría darse si Uribe es Presidente por tercera vez consecutiva y el próximo congreso es controlado por su partido.


Imaginemos que el Presidente, harto de que las cortes traben sus políticas y ansioso por reformar la rama judicial, proponga un referendo cuyo texto le permita controlar la corte constitucional. Supongamos que ese proyecto de referendo también incluya un par de iniciativas inmensamente populares que, por ejemplo, le garanticen a todos los colombianos servicio de salud gratuito y que impongan castigos draconianos para los asesinos de bebes. Sería posible que nuestro pueblo, atraído por las medidas populares pero confundido por el complejo carácter del texto de la reforma judicial, apruebe las tres iniciativas.


Esto le daría a Uribe vía libre para atentar contra cualquier derecho fundamental que represente una amenaza para su gobierno.


Empecemos con la libertad de expresión. Supongamos que el Presidente, apoyado por una masa que lo sigue sin condiciones y por su bancada mayoritaria en el congreso, decidiera cerrar medios de oposición que el considere traidores (como ha ocurrido en Venezuela y está ocurriendo en Ecuador). Ante tal iniciativa, la oposición minoritaria sería incapaz de defenderse mediante el proceso político. La corte constitucional, última instancia de protección para las minorías, para ese entonces en el bolsillo del Presidente, no se opondría.


Un buen día, los colombianos, sin darnos cuenta, despertaríamos en un estado totalitario digno de la obra de Orwell, impuesto por medio de la democracia directa. “Comités civiles de convivencia y cohesión social”, encomendados con garantizar la “seguridad democrática”, podrían atacar brutalmente a cualquier opositor, tildándolo de traidor, guerrillero o socialista.


El país retrocedería a aquellas épocas en las cuales gobiernos conservadores impusieron como política de estado la persecución y aniquilación del brazo democrático de la izquierda. Ante semejante McCartismo, la oposición no tendría más remedio que abandonar el proceso democrático y tomar las armas.


Rechazo vehementemente el terrorismo de la FARC, pero es evidente que nunca podremos obtener una paz duradera empleando métodos similares a los que en un principio engendraron la violencia que nos plaga hace más de sesenta años.


Si existe alguna sinceridad en el discurso de la cohesión social, Uribe debe abandonar sus ambiciones reeleccionistas y desistir de la idea de reemplazar nuestro estado de derecho con uno de opinión. En un país con tanta polarización, odio e insensatez es muy peligroso entregarle las riendas a masas tan susceptibles a la manipulación de discursos populistas y nacionalistas.


No volvamos a cometer los errores del pasado. Un estado de opinión puede que tenga aspectos democráticos, pero se asimila a la forma de democracia más barbárica: la oclocracia. Es hora de que abramos los ojos y exijamos que se respete el carácter pluralista que establece la república de leyes y que garantiza el estado de derecho.





Camilo De Guzmán Uribe

(c) El Certamen, 10-16-2009

Nota Bene: al Señor Jose Obdulio Gaviria - Por tercera vez, El Certamen acepta el reto de confrontar sus conceptos.


Nota Bene: invitamos a que los lectores opriman los links para ver que nuestro ejemplo no es una fantasía lejana, sino que al contrario esta cerca de ser una realidad.

jueves, 15 de octubre de 2009

El “estado de opinión” - ¿retroceso al caudillismo y la barbarie?


El “estado de opinión” que pretende establecer el Presidente Uribe corresponde a lo que el filósofo José Ortega y Gasset, aquel gran defensor del liberalismo (en el sentido clásico de la palabra), llamaba “acción directa” o gobierno de masa.

Ortega y Gasset considera que el fenómeno social predominante de la época moderna, aquel que propiamente la define, es “el imperio político de las masas.” Llevado al extremo, el imperio de las masas se caracteriza por el abrumante asalto a las minorías, y se expresa por medio de movimientos radicales y autocráticos, tanto de izquierda como de derecha, tal como los que Europa vio emerger tras la Primera Guerra Mundial.

Habiendo presenciado el surgir del bolchevismo y del fascismo, dentro de los cuales una masa imponía su voluntad sin respeto alguno por las minorías políticas o disidentes, Ortega y Gasset consideró que era menester la defensa de la democracia liberal. Solo bajo el liberalismo, concluyó, existe un estado avanzado de civilización.

El componente esencial del liberalismo, explica Ortega y Gasset, es la cultura, la cual tiene sus orígenes en las normas, pues “no hay cultura donde no hay normas a que nuestros prójimos puedan recurrir,” ni donde no hay “principios de legalidad civil a que apelar.” El opuesto de la cultura es la barbarie, un estado caótico caracterizado por la “ausencia de normas y de posible apelación.”

Dada su definición de la cultura, Ortega y Gasset admira la democracia liberal pues esta vive “templada por una abundante dosis de liberalismo,” es decir, de “convivencia legal” y “de entusiasmo por la ley” y por las normas. El liberalismo es, “ante nada, voluntad de convivencia,” y existe solo donde haya complicación. Es decir, donde la sociedad no funciona de acuerdo a la acción directa de la masa o de las mayorías sino de acuerdo a “trámites, normas, cortesía, usos intermediarios, justicia, razón…”

El actuar en la vida pública dentro de estos parámetros constituye la “acción indirecta,” el acto político carácteristico del liberalismo, el sistema donde la ley impera y es respetada (i.e., el Estado de Derecho). Por lo tanto, la democracia liberal, la civilización y la ley son sinónimos, y la vida política civilizada y liberal se caracteriza por la acción indirecta y por el respeto a las minorías.

Para Ortega y Gasset, el respeto a las minorías es el atributo principal de la democracia liberal, aquel que esta trae al foro político por primera vez en la historia. El autor define este respeto como aquel “principio de derecho político según el cual el poder público, no obstante ser omnipotente, se limita a si mismo y procura, aun a su costa, dejar hueco en el Estado que él impera para que puedan vivir los que ni piensan ni sienten como él, es decir, como los fuertes, como las mayorías.”

Por ende, el autor define al liberalismo como “la decisión de convivir con el enemigo, más aun, con el enemigo debil,” y por lo tanto lo llama “la suprema generosidad,” “el más noble grito que ha sonado en el planeta.”

El sistema contrario al liberalismo democrático es aquel donde la mayoría actúa sin respeto alguno por la ley ni por las normas, donde la masa ejerce su poder por medio de la acción directa y sin tolerar minorías.

“Se es incivil y bárbaro,” nos dice Ortega y Gasset, “en la medida en que no se cuente con los demás,” pues “la barbarie es tendencia a la disociación.” Y cuando se pasa de la democracia liberal a la “hiperdemocracia,” donde “la masa actúa directamente sin ley, por medio de materiales presiones, imponiendo sus aspiraciones y sus gustos,” no respetando las normas ni las minorías, se retrocede a la barbarie.

El concepto que promueve Uribe no es más que el de un estado en el cual rige la acción directa de la masa. El supuesto “estado de opinión” no es nada más que una forma de hiperdemocracia, tal como el imperio de masa que ha impuesto Chávez en Venezuela.

No debe resultar soprendente, pues como nos recuerda Ortega y Gasset, “no es más ni menos masa el conservador que el radical, y esta diferencia… en toda época ha sido muy superficial.”

Ambos modelos son un paso concreto hacia la barbarie, tomado en países que hace mucho no se caracterizan por altos niveles de civilización.


Daniel Raisbeck

Nota Bene: al Señor Jose Obdulio Gaviria - Por segunda vez, El Certamen acepta el reto de confrontrar sus conceptos.

lunes, 12 de octubre de 2009

No al reciclaje de basura

Las noticias de la última semana revelan mucho acerca del estado fatigado, enfermizo y francamente mezquino del actual gobierno.

Mientras el presidente se perpetúa en el poder en clara violación de la constitución, los tres o cuatro sucesores del uribismo dividen la corte bufonesca que gravita alrededor del líder supremo en facciones, una que acusa a Uribe de comprar votos y referendos, y otra que descaradamente defiende su inmutable transparencia.

Mientras tanto, el más distinguido saltimbanqui de la corte palacial se ve salpicado por un escándalo y, al defenderse, propone el fantástico argumento que subsidiar a los muy ricos disminuye la desigualdad. Si vamos a importar conceptos de la época de Reagan, por lo menos adaptemos los aspectos exitosos, como desarrollar una política exterior coherente y una estrategia seria frente a las amenazas y enemigos que nos asedian, pues la verdad es que nuestra diplomacia sigue siendo la de una república bananera del siglo XIX. Pero adoptar la teoría de “Reaganomics” tras el colapso del sistema financiero mundial basada en esos principios es tan insólito como implementar un modelo “socialista” tras el colosal fracaso del modelo soviético.

Mientras tanto, el fatigante discurso de la seguridad democrática, cohesión social y confianza inversionista mantiene su eficacia frente a la mayoría pese a su ambigüedad.

En Colombia hay más seguridad- aunque solo interna- pero el componente "democrático" empieza a parecerce a la de la comunista República Democrática Alemana (ver “falsos positivos” y “chuzadas” del DAS); la cohesión social está aun por verse, aunque el uso del cohecho como instrumento de legislar ha sido comprobado; y lo único que pueden saber los inversionistas con confianza es que en Colombia el sistema político es impredecible, volátil y fácil para unos cuantos inescrupulosos de manipular.

Esperemos que en los próximos meses el debate presidencial sea algo más edificante de lo que ha sido hasta el momento. Es hora de que los candidatos presenten ideas innovadoras, dinámicas y creativas, que dejen de regurgitar frases formuláicas y conceptos que se vuelven obsoletos con el avance de la profunda transformación informática, energética, financiera y geostratégica que está sacudiendo al mundo mientras este gobierno provincial esconde su cabeza de avestruz bajo la tierra.

Daniel Raisbeck

sábado, 10 de octubre de 2009

Carta abierta al Presidente Uribe

Estimado Presidente Uribe,


Me pregunto si el estudio de la historia puede resolver las encrucijadas del alma.

Por ejemplo, en EEUU la constitución originalmente no prohibía ni limitaba la reelección presidencial. Sin embargo, el límite de dos periodos fue una costumbre con fuerza de ley desde que Washington rechazó una posible presidencia vitalicia tras su segundo mandato. Franklin Roosevelt, posiblemente el mejor Presidente estadounidense, fue el primero en romper esa regla al gobernar por cuatro periodos consecutivos.

Roosevelt fue elegido durantre la gran depresión y, como usted, prometió restaurar la tranquilidad y la confianza perdida. Gracias a sus politicas enérgicas, EEUU logró corregir su rumbo. Por eso, el pueblo lo reeligió con más de 60% del voto y respaldó su segundo mandato. Al terminar éste, estalló la segunda guerra mundial y muchos consideraron que la seguridad del mundo debía tomar prioridad sobre la tradición democrática. Aunque Roosevelt no violó la constitución, tampoco impidió que el pueblo violara, por primera vez, la tradición que limitaba el poder ejecutivo.

Sin embargo, tras derrotar a los Nazis, EEUU inmediatamente limitó a dos los periodos presidenciales. El episodio más oscuro de la historia humana dejó claro para el mundo que la tiranía surge de la autocracia incitada por la supuesta voluntad de masas cegadas por emociones fogosas.

Consciente de esta nítida lección histórica, me opongo rotundamente no a sus políticas, sino a su segunda reelección.

Usted debe seguir el ejemplo de Washington y no el de Roosevelt. Al haber restaurado la confianza en el Estado, su tarea está cumplida. No hay “hecatombe” que justifique un tercer mandato. No estropee sus logros y reconozca que la fuente de su gran apoyo popular está en su postura frente a los grupos armados, no en su persona. Demuestre “ser Presidente sin vanidad de poder” y fortalezca las instituciones del estado haciéndose a un lado para encomendar las riendas a una nueva generación de líderes. Confíe que Colombia elegirá un candidato que seguirá su ejemplo industrioso y su política de seguridad.

No someta nuestra democracia a los clamores de un pueblo exaltado. Éste, encandelillado por la luz que aparece al otro lado del túnel, necesita un líder que continúe fortaleciendo al estado para preservar la tradición democrática más ejemplar del continente y derrotar a la violencia. Cumpla su promesa de establecer “claridad y estabilidad en las reglas de juego.” Recuerde que “[e]l padre de familia que da mal ejemplo esparce la autoridad sobre sus hijos en un desierto estéril.

Colombia debe ser un modelo para la región. Con nuestro ejemplo, los pueblos hermanos podrán, con el tiempo, distinguir a los líderes verdaderos de los caudillos inescrupulosos que utilizan la desdicha ajena para servir intereses egoístas. Usted mismo advirtió acerca de “la demagogia y el populismo porque la frustración de las promesas electorales afecta la credibilidad democrática.” Sus aspiraciones reeleccionistas legitimizan esa rancia retórica que hoy busca consolidar el autoritarismo en América Latina. Además, sientan un tenebroso precedente que permite que un futuro gobernante pisotee las libertades de nuestros hijos.

No le dé una nueva razón de ser a la guerrilla ni restaure en lo más mínimo la legitimidad internacional que ésta ha perdido durante los últimos años. Recuerde que “[p]ara controlar a los violentos, el Estado tiene que dar ejemplo, derrotar la politiquería y la corrupción.”

No expanda de nuevo el poder ejecutivo dentro del marco existente, pues solo debilitará aún más a la rama legislativa, ya tan desprestigiada por la mayoría de su bancada.

No utilice su tasa de aprobación para atacar a la rama judicial, entidad independiente de la política y encomendada con la enorme tarea de garantizar el cumplimiento de la constitución y de defender los derechos fundamentales.

Desista de su idea de convertir nuestra república de leyes en un supuesto estado de opinión. Nunca habrá “cohesión social” bajo un modelo en el que una mayoría transitoria atropella una constitución legítima que establece reglas de carácter constante, bajo fundamentos legales sólidos que incorporan las lecciones de la historia y la voluntad colectiva del pueblo.

Sería un error someter a las minorías – por definición incapaces de legislar – a la voluntad de las masas, pues el Frente Nacional nos enseñó que las lombrices marginalizadas pueden rápidamente volverse culebras venenosas. La reconciliación nacional nunca será posible sin un diálogo pluralista.

La Gran Colombia se fragmentó porque Bolívar, el primer caudillo criollo, perdió su rumbo, poniendo sus ambiciones napoleónicas sobre los principios acordados en la Constitución de Cúcuta para fortalecer las nacientes instituciones del estado. Nuestro aguerrido país debe recordar aquella lección de Santander que dice, “la espada de los libertadores debe estar de ahora en adelante sometida a las leyes de la república” y, de una vez por todas, adoptarla como lema nacional.

Presidente Uribe, espero que recapacite y que pase a la historia como aquel que forjó en hierro la tradición democrática y que inculcó una cultura política basada en el respeto al estado de derecho y al debido proceso. No se convierta en otro caudillo neogranadino que, al pretender liberar al pueblo de la opresión, terminó sometiéndolo a la autocracia, justo como lo intentó Bolívar en el invierno de su vida.


Atentamente,


Camilo De Guzmán Uribe
© 11-10-2009