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lunes, 21 de diciembre de 2009

Carta abierta al Partido Liberal

Bogotá, diciembre 17 de 2009

Señores
Partido Liberal Colombiano
Ciudad


Hace más de diez años mi familia tuvo que abandonar el país debido a la violencia. Sin duda el destierro fue una experiencia dolorosa. Pero en vez de lamentarme, decidí enfocarme en la oportunidades que me brindaba la vida. Desde entonces esa ha sido mi actitud: donde los demás ven un problema yo veo una oportunidad.
Siempre me ha dolido que nuestro gran potencial como Nación sea desaprovechado y que nuestro Estado esté en deuda permanente con sus ciudadanos. Por eso, durante mi tiempo en el exterior, enfoqué mi preparación académica y profesional para desarrollar habilidades que algún día me permitieran aportarle al país.
Inicialmente, estudié economía en Montreal con concentraciones secundarias en ciencias políticas y gestión empresarial. Tras graduarme con honores, regresé a Bogotá y trabajé como consultor en proyectos de infraestructura portuaria, transporte masivo y urbanismo, lo cual me permitió conocer más de cerca las necesidades del país.
Luego, realicé un posgrado en derecho en Washington e hice una especialización en derecho comparado y arbitraje internacional en París. Estudié las medidas empleadas a nivel mundial para optimizar el funcionamiento de la justicia y las últimas tendencias en la resolución de conflictos. Recibí el título de Abogado y fui admitido a la práctica en Nueva York, donde trabajé en una reconocida firma en el área de litigio internacional.
Durante mis diversos estudios universitarios siempre me dediqué a investigar y analizar a fondo los problemas que aquejan a Colombia y a la región. Hace unos años, empecé a escribir columnas de opinión ofreciendo un análisis crítico, con el ánimo de generar reflexión social y no de obtener capital político. Además soy co-fundador de El Certamen (elcertamen.blospot.com), blog en defensa de la democracia liberal en América Latina, cada vez más asediada por las tendencias caudillistas y militaristas de la región.
Este año, al ver con indignación y profunda tristeza lo desprestigiado que estaba el Congreso de la República por la parapolítica, la corrupción y la infiltración de las FARC, decidí pasar de las graderías al foro. Con 26 años bien utilizados, abandoné una prometedora carrera en el sector privado y regresé al país para humildemente poner mis capacidades y empeño al servicio del bien común y de los ciudadanos.
Desde mi regreso a Bogotá he trabajado fuertemente, estudiando necesidades, desarrollando propuestas concretas y buscando el aval de un partido con una actitud progresista y comprometido con una participación ética en la democracia.
Admiro lo que Ortega y Gasset llamó “la suprema generosidad” de la democracia liberal, participativa y pluralista. Por lo tanto, siempre he sentido gran afinidad ideológica con el Partido Liberal Colombiano por su respeto a las libertades individuales, su lucha contra la desigualdad social, y su protección de los más desfavorecidos. Sin embargo, inicialmente me preocupaba su asociación con el manzanillismo político, las practicas clientelistas y la cercanía de ciertos liberales a líderes autócratas en la región.
Del Partido Verde, me llamo la atención el rechazo a las prácticas clientelistas y a los nexos con los grupos armados, su discurso de consecuencia entre fines y medios, y su compromiso con la protección del medio ambiente.
Del movimiento Compromiso Ciudadano por Colombia liderado por Sergio Fajardo, me pareció interesante el énfasis en la educación y en el desarrollo de la niñez, y también su firme postura contra la corrupción.
Tras estudiar los programas de estos movimientos y de hacer un cuidadoso análisis del entorno de la política nacional, he confirmado que en mi carrera política debo seguir perteneciendo al Partido Liberal.
La razón principal es que el Partido Liberal cubre las propuestas programáticas de los otros partidos, pero lo hace sin poner el personalismo político por encima de la institucionalidad. Aunque sea más difícil cambiar un partido tradicional desde adentro, como un demócrata, creo firmemente que es fundamental contribuir a la renovación y al fortalecimiento de una institución que tiene un gran legado, en vez de ser parte de una cultura de atomización y de caudillismo que es dañina para la democracia.
En los demás partidos me encontré con movimientos nuevos que son víctimas de mañas viejas. A pesar de tener buenas intenciones, están compuestos por líderes tránsfugas que están cayendo en lo que critican al apostarle más a la popularidad de unos personajes y al oportunismo político que al fortalecimiento de la institucionalidad.
Me inspira confianza y entusiasmo ver que los integrantes del Partido Liberal Colombiano han elegido como nuevo Director y Candidato Presidencial a un líder como Rafael Pardo, que cuenta con la autoridad moral para combatir la corrupción y el clientelismo, y con la visión necesaria para renovar el liberalismo.
Pardo tiene la talla, preparación y experiencia para ser Jefe de Estado. Además en un corto tiempo ha logrado vincular al liberalismo jóvenes líderes ejemplares como David Luna y Simón Gaviria. Junto a ellos, quiero romper esquemas desgastados y ofrecer un ejercicio del poder transparente, accesible e innovador. Pertenecemos a una generación que no es culpable de los males que sufre el país pero que se ha preparado a conciencia para asumir el desafío de enfrentar y solucionar esos males.
En el Congreso Liberal se confirmó el compromiso del Partido con la lucha contra la enorme desigualdad económica que acecha y polariza al país, fomentando la violencia. Así mismo, se definió como prioridad la generación de igualdad de oportunidades y la necesidad de universalizar el acceso a la educación, a las tecnologías de la información y la comunicación y a espacios públicos de calidad. El programa liberal reconoce que es imperioso generar desarrollo económico y empleo respetando el medio ambiente y la biodiversidad, y también propone mejorar la seguridad del país sin pisotear las libertades individuales y los derechos de los ciudadanos.
Por lo tanto, el programa del Partido Liberal recoge muchas de las propuestas de los otros partidos, pero con la virtud adicional de haberse definido por medio de una participación democrática y no impuesto desde la cima y a costa de la institucionalidad.
Además, como los ex-alcaldes y Fajardo, y al contrario del Presidente Uribe, Pardo propone una política ética, que rechaza la corrupción, el clientelismo y los nexos con grupos armados. Pero Pardo tiene el mérito de haber logrado guiar al Partido Liberal hacia ésta dirección dentro de un marco institucional pluralista y diverso. Al ser elegido mediante un proceso democrático, tiene facultades legítimas e indiscutibles para renovar el Partido, abrirle campo a nuevos líderes y preservar una institución que se ha construido con esfuerzo, sacrificio y sangre desde hace más de 168 años.
En nuestro país y a través de América Latina, la democracia liberal está siendo atacada y debilitada por líderes caudillistas que creen estar por encima de las instituciones, las leyes y la constitución. Para permanecer en el poder, sacrifican las libertades individuales y la prosperidad de sus ciudadanos, haciendo una política mesiánica, populista y nacionalista que apela más al temor que al uso de la razón.
Mientras nuestra atención es desviada por cortinas de humo y espejos retrovisores, se están desaprovechando oportunidades únicas que ofrece el renacer del orden mundial.
Las industrias de la creatividad, cultura y turismo, que podrían ser un poderoso motor de empleo, siguen desaprovechadas. Nuestra ventaja comparativa en biodiversidad sigue sin explotarse y tampoco nos estamos sirviendo de nuestro gran potencial para generar energía limpia, renovable y sostenible. Los niños, nuestro recurso más valioso, tienen un acceso desigual e inadecuado a la educación y a la tecnología del mundo moderno. Además conceptos de urbanismo verde y métodos de seguridad inteligente que mejoran la calidad de vida, siguen sin aplicarse.
Por todas las razones aquí expuestas, no creo que la solución para Colombia sea reemplazar a un gobierno personalista con otro. Debemos trabajar para que los colombianos le den la oportunidad a una propuesta respetuosa con las instituciones, pluralista y joven que armada de visión y audacia aproveche las oportunidades que el nuevo siglo le brinda a nuestro país. En consecuencia, con humildad, orgullo, esperanza y la mirada bien puesta en el futuro me uno a la evolución en marcha, me uno al Partido Liberal Colombiano.

Atentamente,





CAMILO DE Guzmán Uribe

El declive de la educación clásica



Por más de dos mil años, la educación en occidente se basó en el estudio de los clásicos. Desde la antigüedad hasta la generación de nuestros abuelos, raramente fue cuestionada la idea de que la mejor manera de civilizar al hombre- fuera cual fuera su futura profesión- era inculcándole desde niño las enseñanzas y experiencias del mundo greco-romano.

En las palabras de John Stuart Mill, la educación clásica, a diferencia de la educación profesional o técnica, es lo que humaniza al hombre, pues este “es hombre antes de ser abogado, médico, comerciante o fabricante, y si se le hace hombre sensible y capaz, podrá volverse abogado o médico por si mismo.”

La educación clásica requería, primero que todo, la dura tarea de aprender latín y griego antiguo. Con estas bases se obtenía un conocimiento elemental de las épicas de Homero, de las grandes tragedias, de la poesía de Virgilio y de Horacio, de la filosofía de Platón y Aristóteles, de los discursos de Demóstenes y Cicerón, y de la obra de los grandes historiadores antiguos: Heródoto, Tucídides, Tito Livio, Polibio, Tácito, Plutarco.

La idea principal era que, al permitirle al hombre civilizado aprender por si mismo, la educación clásica lo liberaba de la dependencia en los demás. Por lo tanto se le ha llamado una educación liberal. Para Mill, esta libertad es “la meta principal de la educación,” es lo que le permite al hombre llevar a cabo “el ejercicio del pensamiento acerca de los intereses de la humanidad- de la ética y la política” en gran escala, lo que le da “la facilidad de concentrar la mente en todo aquello que concierne los más altos intereses del hombre.”

Esta opinión de Mill, pronunciada en el siglo XIX, refleja una tradición prevalente en el mundo occidental desde la época de Grecia Antigua.







Tal vez la primera vez que se cuestionó seriamente el valor de este modelo pedagógico fue en los Estados Unidos, donde en el siglo XIX se argumentó que enseñar lenguas muertas y la historia de imperios antiguos a la juventud no contribuiría de modo alguno al crecimiento económico del país. Ya había advertido de Tocqueville que en EEUU, inclinado desde su fundación al comercio y al pragmatismo, los clásicos enfrentarían serios obstáculos.



Sin embargo, los fundadores de EEUU fueron influenciados profundamente por el estudio de los antiguos. Por ejemplo, Thomas Jefferson, cuyo desarrollo intelectual se debió en gran parte a su educación clásica, dijo del historiador romano Tácito: “lo considero el primer escritor del mundo sin excepción alguna. Su obra es una compostura de la historia y de la moralidad sin igual.” También dijo Jefferson, al enterarse que “el aprendizaje del griego y del latín” se estaba abandonando en Europa, que “sería muy poco sabio de nuestra parte seguir este ejemplo.”



Aparte de Jefferson, James Madison, John Adams y otros fundadores fueron educados bajo el modelo clásico y mantuvieron su amor por los antiguos durante sus vidas. Esta herencia grecolatina de los próceres de Estados Unidos se refleja tanto en las numerosas referencias a autores antiguos en los “Papeles Federalistas” como en la arquitectura neoclásica que adorna la ciudad de Washington, cuyos monumentos, empezando por el Capitolio, se basan en modelos de templos griegos y romanos.



El verdadero declive de la educación clásica vino en el Siglo XX. La Primera Guerra Mundial no solo enterró a gran parte de una generación de jóvenes, sino que el sufrimiento que causó hizo que se cuestionaran las bases de la civilización europea, su racionalismo y su ciencia. Con los movimientos artísticos e intelectuales experimentales de la posguerra vino un sentimiento en contra de la tradición- el epítome del cual fue la revolución bolchevique en Rusia- y una marcada animosidad de la juventud hacia las anteriores generaciones, las cuales fueron culpadas por el inicio de la guerra.



En este clima intelectual y político, difícilmente pudo florecer la apreciación de la civilización clásica entre el público. Mientras tanto, el movimiento socialista mundial condenó con vehemencia a los antiguos por su sociedad aristocrática y materialista, basada en el uso de la propiedad privada. Curiosamente, Carlos Marx fue profundamente influenciado por su estudio de las ciudades-estado de Grecia Antigua.



Por su parte, los fascistas en Alemania y en Italia acogieron la herencia greco-romana, pero la manipularon para servir sus propios intereses propagandísticos. Para dar solo un ejemplo, la película Scipione l’Africano de Carmine Gallone, ganadora de la Copa Mussolini en 1937, da a entender que el gran general de la República, al imponer su voluntad frente al Senado pusilánime, es un predecesor del dictador fascista, quien presentaba sus aventuras bélicas frente al público como el resurgir del Imperio Romano.



Tras la Segunda Guerra Mundial, la educación clásica se mantuvo en un principio en el Reino Unido, en Francia y en los países de habla alemana. En EEUU, vino a sufrir un revés por el crecimiento económico desmesurado y la competencia incesante con la Unión Soviética durante la Guerra Fría, pues en el afán por educar a hombres de negocios y a científicos, las humanidades se vieron ignoradas. En la mayoría de los colegios el estudio de las lenguas antiguas fue reemplazado por el del inglés, y si se aprendía un idioma extranjero en la universidad, se promovía el ruso para mejor entender al enemigo. Estos fueron triunfos de la crítica usual de la derecha corporativa a los clásicos y a las humanidades en general: que no son útiles, no enseñan a producir y por lo tanto no merecen mayor atención.



Pero tanto en EEUU como en Europa el golpe contundente al estudio de la civilización clásica se lo dio el movimiento estudiantil izquierdista de los sesentas. El milieu de la época- expresado por el eslogan “no confiamos en nadie mayor de 30”- exigía una abrupta rotura con el pasado. Para los estudiantes revolucionarios de esta época, los clásicos representaban, consciente o inconscientemente, todo aquello a lo cual se oponían.



Mientras se llevaba a cabo el proceso de descolonización, el Imperio Romano fue señalado como el predecesor y modelo de los poderes occidentales que oprimían al tercer mundo. El movimiento pacifista, enfurecido por la Guerra de Vietnam, naturalmente no favorecía una educación basada en gran parte en los relatos bélicos de Julio Cesar, Tucídides, Jenofonte y otros. El movimiento feminista criticó a los griegos y a los romanos por el machismo inherente de sus culturas. Dentro del movimiento de derechos civiles en EEUU, los antiguos fueron censurados por el papel que la esclavitud jugó en sus sociedades.



Para la generación revolucionaria, la estructura social greco-romana era jerárquica, paternalista, religiosa, belicista y basada en la opresión del individuo, un ser libre y pacífico por naturaleza, sobre todo en aquellos rincones del mundo donde todavía deambulaba semidesnudo el salvaje noble de Rousseau. Tampoco había campo dentro de la cultura de la protesta y de la experimentación con las drogas para el aprendizaje de las lenguas antiguas, dura labor que exige largas horas memorizando declinaciones y estructuras verbales, tiempo perdido si se tiene en mente fumar porros, enfrentarse a la policía y ocupar la oficina del rector.



Pese a los excesos del movimiento estudiantil de los sesentas, sigue siendo válida cada una de sus críticas a la sociedad greco-romana y al estudio de los clásicos. Pero la representación de los antiguos como poco más que imperialistas belicosos, machistas, oligarcas y explotadores de esclavos ha llevado a que se considere que no hay nada que podamos aprender de ellos.


Por ejemplo, al describir la actitud de los estudiantes en la Universidad Libre de Berlín durante los años setenta, el distinguido historiador suizo Kurt Raaflaub escribe lo siguiente:




“la mayoría de estudiantes de historia estaban convencidos que la historia adecuada y merecedora de su atención empezaba solo con las grandes revoluciones de 1917, o, por muy temprano, en 1789. Tomaban cursos de historia antigua o medieval porque era una obligación, y no ocultaban sus sentimientos.”




Esta es la actitud hacia el estudio del pasado que sigue prevaleciendo hoy en día.








Pero la educación contemporánea que vino a reemplazar a la educación tradicional clásica en las facultades de humanidades y de ciencias sociales contiene una serie de graves defectos. Como argumenta Victor Davis Hanson, la vieja educación, basada en el aprendizaje de datos históricos, de fechas, eventos y personas de suprema importancia en el transcurso de la humanidad, de idiomas, retórica, gramática y de lógica ha sido suplantada por un currículo terapéutico que incluye cursos y facultades que no deberían existir por si solos: Estudios de Género, Estudios Gays, Estudios Chicanos, Estudios Afro Americanos, Estudios de la Paz, Resolución de Conflictos y muchos otros.




“Tales cursos,” escribe Hanson, “son diseñados alrededor de la deducción, para que el estudiante adopte las conclusiones preconcebidas del profesor. También son estos cursos rehenes del presente, de los medios de comunicación masiva y de la cultura popular de donde obtienen su información y su relevancia.”



“Detrás de todo este currículum terapéutico está el relativismo. No hay verdades eternas, solo declaraciones efímeras que ganan credibilidad por medio del poder y la autoridad. Apenas aprenden los estudiantes cómo se utilizan las diferencias de género, raza y clase para oprimir a los demás, son libres para ignorar la verdad absoluta, que es solo un reflejo del privilegio.”



Aunque Hanson describe un fenómeno académico en EEUU, la situación en las universidades europeas y latinoamericanas no es muy distinta. La gran ironía es que esta visión postmoderna que desempeña la izquierda universal desde la torre de marfil de la academia está basada en un relativismo que, en gran parte, introdujo a la cultura occidental Friedrich Nietzsche, un gran filólogo clásico no exactamente conocido por su simpatía a los menos privilegiados.



En cuanto a la historia, la versión postmoderna del pasado se ha basado a tal extremo en la crítica del colonialismo y en los pecados de los poderes europeos que toda la historia de occidente antes del siglo XX- no solo la del mundo antiguo- se considera poco más que una larga cadena de explotación y saqueo. Un buen ejemplo de esto se encuentra en la página web de la presidencia de Venezuela bajo el subtítulo de “Historia:”



“Una de las características que definen la etapa prehispánica de Venezuela es la heterogeneidad, pues existía diversidad cultural entre los distintos grupos indígenas…”



El descubrimiento de América “les significó” a los europeos “la puerta a una inmensa fuente de riquezas y poder. Pero, para los habitantes originarios de este lado del mundo fue el inició del proceso de resistencia contra el genocidio, la exterminación de sus culturas y formas de vida, la dominación, la esclavitud y el saqueo de los recursos naturales por parte de los europeos.”



Europa representa, pues, el genocidio, la exterminación de la cultura nativa y diversa, la dominación por la fuerza, la esclavitud y el saqueo de los recursos naturales” de sociedades pacíficas. Naturalmente se puede deducir, según este argumento, que resulta repugnante el estudio de los clásicos, quienes al fin y al cabo pusieron los cimientos de una civilización europea rapaz y usurera. Es obvio que esta escuela de pensamiento no toma en cuenta los grandes logros políticos, artísticos y científicos de la civilización occidental a través de la historia, logros que de alguna manera u otra están directamente conectados a la herencia greco-romana de Europa.



Por lo tanto, la visión postmoderna del mundo nos roba de las muchas oportunidades de aprendizaje que le brindó el estudio de los griegos y los romanos a generaciones pasadas. Al hacerlo, nos depriva por supuesto del tipo de educación que humaniza al hombre. Pero, dado este declive de la educación clásica dentro de la cultura general, ¿es todavía ventajoso el estudio de los griegos y los romanos? ¿Se aplican de algún modo las lecciones de los clásicos al mundo de hoy en día?



Por supuesto, y mucho.





Daniel Raisbeck






martes, 8 de diciembre de 2009

Despertar energético: una nueva visión

Debido al calentamiento global, el mundo comienza a demandar grandes cambios estructurales en el modelo energético. La coyuntura actual está llena de oportunidades y Colombia debe aprovecharlas antes de que sea demasiado tarde.

El país debe emplear políticas visionarias que anticipen los cambios que vienen. Tenemos una oportunidad única para lograr un crecimiento acelerado parecido al de los países asiáticos en los años noventa. Es fundamental desarrollar una estrategia energética y ambiental para garantizar la seguridad nacional, mejorar la competitividad en las próximas décadas y explotar nuestra ventaja comparativa en biodiversidad.

La producción petrolera de Colombia ha aumentado en los últimos años gracias a los cambios en el marco regulatorio. Pero las políticas del Gobierno, aunque acertadas, simplemente han recuperado el tiempo perdido. Hasta ahora, ningún gobierno ha tenido la ambición ni la visión necesaria para dar un gran salto hacia el futuro y surgir de la insignificancia y la pobreza.

Si no hay un gran hallazgo en los próximos años, Colombia pasará de ser exportador a importador neto de crudo cerca del 2018. Además, somos y seguiremos siendo importadores de gasolina y diésel, porque nuestra capacidad refinadora es insuficiente para la demanda interna. Por eso, nuestros combustibles son los más caros del continente.

A nivel internacional, pese al bajón causado por la crisis financiera, el precio del petróleo se recuperará gracias al crecimiento de India y China y al lanzamiento de vehículos ultrabaratos. A pesar de recientes grandes hallazgos, la capacidad de extracción instalada en el mundo aún es limitada. Un aumento en producción que genere una reducción significativa y consistente en el precio del crudo tardará al menos una década.

Mientras tanto, se sigue acercando el nivel máximo de producción petrolera (peak oil), punto en el cual el precio del crudo y de sus productos derivados se disparará, afectando más a los países emergentes, no productores que no se hayan preparado.

Colombia tendrá que ajustarse al nuevo esquema energético mundial tarde o temprano. A la hora de cambiar de modelo, nuestro subdesarrollo puede ser una ventaja. Pero es necesario planear y emplear una estrategia ambiciosa y audaz para el futuro.

Propongo que desarrollemos una canasta energética más independiente, renovable y sostenible que preserve nuestros recursos ambientales. Estamos sentados, con los brazos cruzados, sobre una fuente inmensa de energía geotérmica (calor volcánico) que duerme bajo los Andes y desaprovechando nuestro potencial eólico (molinos de viento) y solar. Tampoco nos estamos sirviendo de nuestras dos costas, de donde podríamos generar biocombustibles derivados de alga y extraer energía de las mareas.

Es peligroso seguir impulsando la primera generación de agrobiocombustibles tan agresivamente. Éstos no han logrado reducir las emisiones, han encarecido el precio de los combustibles para todos, y además, amenazan nuestra seguridad alimenticia.
Colombia es el segundo país más biodiverso y alberga el 10 por ciento de la flora y fauna del mundo. Es un error continuar reemplazando recursos ambientales únicos con monocultivos de palma.

En el siglo XXI, nuestra biodiversidad puede ser una gran potencia económica para el país. Por lo tanto, sería más rentable y sostenible dedicar nuestros recursos ambientales al turismo ecológico y al desarrollo de industrias de la biotecnología. Además, si el tratado que sustituirá al protocolo de Kyoto premia esfuerzos que eviten la deforestación, una política de conservación ambiental podría generar grandes ingresos en los mercados de créditos y bonos de emisiones. Por eso, junto con el bloque de países Amazónicos debemos negociar una compensación adecuada en Copenhague por el costo de oportunidad que implica preservar el pulmón del mundo.

Dicho esto, los biocombustibles de segunda y tercera generación, más productivos por metro cuadrado, no deben ser descartados. Pero no debemos poner todos los huevos en la misma canasta. Aunque en materia de gas vamos por buen camino, deberíamos fijar metas más ambiciosas. Propongo una legislación para reducir el consumo de gasolina y diésel interno, que acelere la transición del parque automotor al gas y que permita la libre importación de motocicletas y vehículos híbridos, eléctricos y de hidrógeno. El gas es más barato, tiene un precio menos volátil y es más limpio que la gasolina. Además, la mayoría de nuestra electricidad ya es hídrica, limpia y renovable.

Actuemos ya para que en el 2020 el uso doméstico de gasolina y diésel sea mínimo. ¡Sería muy buen negocio! Se aumentaría la competitividad de nuestras exportaciones que hoy sufren por el gran costo de traslado a los puertos.

Es hora de dejar de estar a la merced de la Opep, en Suiza, cuyos precios tienden a generar inflación y son fijados con la participación de Venezuela y Ecuador.

Aprovechemos el valor de nuestra moneda y el particular entorno mundial para invertir agresivamente en el desarrollo de la biotecnología, en proyectos de energía renovable y en sistemas de transmisión eléctrica inteligentes. Hacerlo incrementará la independencia de nuestro Banco Central, aumentará la seguridad nacional y nos abrirá campo para emplear una estrategia diplomática más audaz y menos reaccionaria.

Tenemos la oportunidad de convertirnos en líderes en los campos de la biotecnología y la energía limpia. Optimicemos nuestros recursos petroleros y carboníferos, dirigiéndolos del uso doméstico al mercado de exportación en el momento más oportuno y rentable.

Llamo a que se libre un debate energético y ambiental e invito a los ciudadanos inquietos a informarse y a participar en la discusión. Levantemos la mirada hacia el horizonte y elijamos líderes visionarios en vez de reelegir gobernantes con perspectiva de avestruz que plantean ideas recicladas e irrelevantes en el nuevo orden mundial.

CAMILO DE GUZMÁN
Economista y Abogado