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lunes, 21 de diciembre de 2009

Carta abierta al Partido Liberal

Bogotá, diciembre 17 de 2009

Señores
Partido Liberal Colombiano
Ciudad


Hace más de diez años mi familia tuvo que abandonar el país debido a la violencia. Sin duda el destierro fue una experiencia dolorosa. Pero en vez de lamentarme, decidí enfocarme en la oportunidades que me brindaba la vida. Desde entonces esa ha sido mi actitud: donde los demás ven un problema yo veo una oportunidad.
Siempre me ha dolido que nuestro gran potencial como Nación sea desaprovechado y que nuestro Estado esté en deuda permanente con sus ciudadanos. Por eso, durante mi tiempo en el exterior, enfoqué mi preparación académica y profesional para desarrollar habilidades que algún día me permitieran aportarle al país.
Inicialmente, estudié economía en Montreal con concentraciones secundarias en ciencias políticas y gestión empresarial. Tras graduarme con honores, regresé a Bogotá y trabajé como consultor en proyectos de infraestructura portuaria, transporte masivo y urbanismo, lo cual me permitió conocer más de cerca las necesidades del país.
Luego, realicé un posgrado en derecho en Washington e hice una especialización en derecho comparado y arbitraje internacional en París. Estudié las medidas empleadas a nivel mundial para optimizar el funcionamiento de la justicia y las últimas tendencias en la resolución de conflictos. Recibí el título de Abogado y fui admitido a la práctica en Nueva York, donde trabajé en una reconocida firma en el área de litigio internacional.
Durante mis diversos estudios universitarios siempre me dediqué a investigar y analizar a fondo los problemas que aquejan a Colombia y a la región. Hace unos años, empecé a escribir columnas de opinión ofreciendo un análisis crítico, con el ánimo de generar reflexión social y no de obtener capital político. Además soy co-fundador de El Certamen (elcertamen.blospot.com), blog en defensa de la democracia liberal en América Latina, cada vez más asediada por las tendencias caudillistas y militaristas de la región.
Este año, al ver con indignación y profunda tristeza lo desprestigiado que estaba el Congreso de la República por la parapolítica, la corrupción y la infiltración de las FARC, decidí pasar de las graderías al foro. Con 26 años bien utilizados, abandoné una prometedora carrera en el sector privado y regresé al país para humildemente poner mis capacidades y empeño al servicio del bien común y de los ciudadanos.
Desde mi regreso a Bogotá he trabajado fuertemente, estudiando necesidades, desarrollando propuestas concretas y buscando el aval de un partido con una actitud progresista y comprometido con una participación ética en la democracia.
Admiro lo que Ortega y Gasset llamó “la suprema generosidad” de la democracia liberal, participativa y pluralista. Por lo tanto, siempre he sentido gran afinidad ideológica con el Partido Liberal Colombiano por su respeto a las libertades individuales, su lucha contra la desigualdad social, y su protección de los más desfavorecidos. Sin embargo, inicialmente me preocupaba su asociación con el manzanillismo político, las practicas clientelistas y la cercanía de ciertos liberales a líderes autócratas en la región.
Del Partido Verde, me llamo la atención el rechazo a las prácticas clientelistas y a los nexos con los grupos armados, su discurso de consecuencia entre fines y medios, y su compromiso con la protección del medio ambiente.
Del movimiento Compromiso Ciudadano por Colombia liderado por Sergio Fajardo, me pareció interesante el énfasis en la educación y en el desarrollo de la niñez, y también su firme postura contra la corrupción.
Tras estudiar los programas de estos movimientos y de hacer un cuidadoso análisis del entorno de la política nacional, he confirmado que en mi carrera política debo seguir perteneciendo al Partido Liberal.
La razón principal es que el Partido Liberal cubre las propuestas programáticas de los otros partidos, pero lo hace sin poner el personalismo político por encima de la institucionalidad. Aunque sea más difícil cambiar un partido tradicional desde adentro, como un demócrata, creo firmemente que es fundamental contribuir a la renovación y al fortalecimiento de una institución que tiene un gran legado, en vez de ser parte de una cultura de atomización y de caudillismo que es dañina para la democracia.
En los demás partidos me encontré con movimientos nuevos que son víctimas de mañas viejas. A pesar de tener buenas intenciones, están compuestos por líderes tránsfugas que están cayendo en lo que critican al apostarle más a la popularidad de unos personajes y al oportunismo político que al fortalecimiento de la institucionalidad.
Me inspira confianza y entusiasmo ver que los integrantes del Partido Liberal Colombiano han elegido como nuevo Director y Candidato Presidencial a un líder como Rafael Pardo, que cuenta con la autoridad moral para combatir la corrupción y el clientelismo, y con la visión necesaria para renovar el liberalismo.
Pardo tiene la talla, preparación y experiencia para ser Jefe de Estado. Además en un corto tiempo ha logrado vincular al liberalismo jóvenes líderes ejemplares como David Luna y Simón Gaviria. Junto a ellos, quiero romper esquemas desgastados y ofrecer un ejercicio del poder transparente, accesible e innovador. Pertenecemos a una generación que no es culpable de los males que sufre el país pero que se ha preparado a conciencia para asumir el desafío de enfrentar y solucionar esos males.
En el Congreso Liberal se confirmó el compromiso del Partido con la lucha contra la enorme desigualdad económica que acecha y polariza al país, fomentando la violencia. Así mismo, se definió como prioridad la generación de igualdad de oportunidades y la necesidad de universalizar el acceso a la educación, a las tecnologías de la información y la comunicación y a espacios públicos de calidad. El programa liberal reconoce que es imperioso generar desarrollo económico y empleo respetando el medio ambiente y la biodiversidad, y también propone mejorar la seguridad del país sin pisotear las libertades individuales y los derechos de los ciudadanos.
Por lo tanto, el programa del Partido Liberal recoge muchas de las propuestas de los otros partidos, pero con la virtud adicional de haberse definido por medio de una participación democrática y no impuesto desde la cima y a costa de la institucionalidad.
Además, como los ex-alcaldes y Fajardo, y al contrario del Presidente Uribe, Pardo propone una política ética, que rechaza la corrupción, el clientelismo y los nexos con grupos armados. Pero Pardo tiene el mérito de haber logrado guiar al Partido Liberal hacia ésta dirección dentro de un marco institucional pluralista y diverso. Al ser elegido mediante un proceso democrático, tiene facultades legítimas e indiscutibles para renovar el Partido, abrirle campo a nuevos líderes y preservar una institución que se ha construido con esfuerzo, sacrificio y sangre desde hace más de 168 años.
En nuestro país y a través de América Latina, la democracia liberal está siendo atacada y debilitada por líderes caudillistas que creen estar por encima de las instituciones, las leyes y la constitución. Para permanecer en el poder, sacrifican las libertades individuales y la prosperidad de sus ciudadanos, haciendo una política mesiánica, populista y nacionalista que apela más al temor que al uso de la razón.
Mientras nuestra atención es desviada por cortinas de humo y espejos retrovisores, se están desaprovechando oportunidades únicas que ofrece el renacer del orden mundial.
Las industrias de la creatividad, cultura y turismo, que podrían ser un poderoso motor de empleo, siguen desaprovechadas. Nuestra ventaja comparativa en biodiversidad sigue sin explotarse y tampoco nos estamos sirviendo de nuestro gran potencial para generar energía limpia, renovable y sostenible. Los niños, nuestro recurso más valioso, tienen un acceso desigual e inadecuado a la educación y a la tecnología del mundo moderno. Además conceptos de urbanismo verde y métodos de seguridad inteligente que mejoran la calidad de vida, siguen sin aplicarse.
Por todas las razones aquí expuestas, no creo que la solución para Colombia sea reemplazar a un gobierno personalista con otro. Debemos trabajar para que los colombianos le den la oportunidad a una propuesta respetuosa con las instituciones, pluralista y joven que armada de visión y audacia aproveche las oportunidades que el nuevo siglo le brinda a nuestro país. En consecuencia, con humildad, orgullo, esperanza y la mirada bien puesta en el futuro me uno a la evolución en marcha, me uno al Partido Liberal Colombiano.

Atentamente,





CAMILO DE Guzmán Uribe

El declive de la educación clásica



Por más de dos mil años, la educación en occidente se basó en el estudio de los clásicos. Desde la antigüedad hasta la generación de nuestros abuelos, raramente fue cuestionada la idea de que la mejor manera de civilizar al hombre- fuera cual fuera su futura profesión- era inculcándole desde niño las enseñanzas y experiencias del mundo greco-romano.

En las palabras de John Stuart Mill, la educación clásica, a diferencia de la educación profesional o técnica, es lo que humaniza al hombre, pues este “es hombre antes de ser abogado, médico, comerciante o fabricante, y si se le hace hombre sensible y capaz, podrá volverse abogado o médico por si mismo.”

La educación clásica requería, primero que todo, la dura tarea de aprender latín y griego antiguo. Con estas bases se obtenía un conocimiento elemental de las épicas de Homero, de las grandes tragedias, de la poesía de Virgilio y de Horacio, de la filosofía de Platón y Aristóteles, de los discursos de Demóstenes y Cicerón, y de la obra de los grandes historiadores antiguos: Heródoto, Tucídides, Tito Livio, Polibio, Tácito, Plutarco.

La idea principal era que, al permitirle al hombre civilizado aprender por si mismo, la educación clásica lo liberaba de la dependencia en los demás. Por lo tanto se le ha llamado una educación liberal. Para Mill, esta libertad es “la meta principal de la educación,” es lo que le permite al hombre llevar a cabo “el ejercicio del pensamiento acerca de los intereses de la humanidad- de la ética y la política” en gran escala, lo que le da “la facilidad de concentrar la mente en todo aquello que concierne los más altos intereses del hombre.”

Esta opinión de Mill, pronunciada en el siglo XIX, refleja una tradición prevalente en el mundo occidental desde la época de Grecia Antigua.







Tal vez la primera vez que se cuestionó seriamente el valor de este modelo pedagógico fue en los Estados Unidos, donde en el siglo XIX se argumentó que enseñar lenguas muertas y la historia de imperios antiguos a la juventud no contribuiría de modo alguno al crecimiento económico del país. Ya había advertido de Tocqueville que en EEUU, inclinado desde su fundación al comercio y al pragmatismo, los clásicos enfrentarían serios obstáculos.



Sin embargo, los fundadores de EEUU fueron influenciados profundamente por el estudio de los antiguos. Por ejemplo, Thomas Jefferson, cuyo desarrollo intelectual se debió en gran parte a su educación clásica, dijo del historiador romano Tácito: “lo considero el primer escritor del mundo sin excepción alguna. Su obra es una compostura de la historia y de la moralidad sin igual.” También dijo Jefferson, al enterarse que “el aprendizaje del griego y del latín” se estaba abandonando en Europa, que “sería muy poco sabio de nuestra parte seguir este ejemplo.”



Aparte de Jefferson, James Madison, John Adams y otros fundadores fueron educados bajo el modelo clásico y mantuvieron su amor por los antiguos durante sus vidas. Esta herencia grecolatina de los próceres de Estados Unidos se refleja tanto en las numerosas referencias a autores antiguos en los “Papeles Federalistas” como en la arquitectura neoclásica que adorna la ciudad de Washington, cuyos monumentos, empezando por el Capitolio, se basan en modelos de templos griegos y romanos.



El verdadero declive de la educación clásica vino en el Siglo XX. La Primera Guerra Mundial no solo enterró a gran parte de una generación de jóvenes, sino que el sufrimiento que causó hizo que se cuestionaran las bases de la civilización europea, su racionalismo y su ciencia. Con los movimientos artísticos e intelectuales experimentales de la posguerra vino un sentimiento en contra de la tradición- el epítome del cual fue la revolución bolchevique en Rusia- y una marcada animosidad de la juventud hacia las anteriores generaciones, las cuales fueron culpadas por el inicio de la guerra.



En este clima intelectual y político, difícilmente pudo florecer la apreciación de la civilización clásica entre el público. Mientras tanto, el movimiento socialista mundial condenó con vehemencia a los antiguos por su sociedad aristocrática y materialista, basada en el uso de la propiedad privada. Curiosamente, Carlos Marx fue profundamente influenciado por su estudio de las ciudades-estado de Grecia Antigua.



Por su parte, los fascistas en Alemania y en Italia acogieron la herencia greco-romana, pero la manipularon para servir sus propios intereses propagandísticos. Para dar solo un ejemplo, la película Scipione l’Africano de Carmine Gallone, ganadora de la Copa Mussolini en 1937, da a entender que el gran general de la República, al imponer su voluntad frente al Senado pusilánime, es un predecesor del dictador fascista, quien presentaba sus aventuras bélicas frente al público como el resurgir del Imperio Romano.



Tras la Segunda Guerra Mundial, la educación clásica se mantuvo en un principio en el Reino Unido, en Francia y en los países de habla alemana. En EEUU, vino a sufrir un revés por el crecimiento económico desmesurado y la competencia incesante con la Unión Soviética durante la Guerra Fría, pues en el afán por educar a hombres de negocios y a científicos, las humanidades se vieron ignoradas. En la mayoría de los colegios el estudio de las lenguas antiguas fue reemplazado por el del inglés, y si se aprendía un idioma extranjero en la universidad, se promovía el ruso para mejor entender al enemigo. Estos fueron triunfos de la crítica usual de la derecha corporativa a los clásicos y a las humanidades en general: que no son útiles, no enseñan a producir y por lo tanto no merecen mayor atención.



Pero tanto en EEUU como en Europa el golpe contundente al estudio de la civilización clásica se lo dio el movimiento estudiantil izquierdista de los sesentas. El milieu de la época- expresado por el eslogan “no confiamos en nadie mayor de 30”- exigía una abrupta rotura con el pasado. Para los estudiantes revolucionarios de esta época, los clásicos representaban, consciente o inconscientemente, todo aquello a lo cual se oponían.



Mientras se llevaba a cabo el proceso de descolonización, el Imperio Romano fue señalado como el predecesor y modelo de los poderes occidentales que oprimían al tercer mundo. El movimiento pacifista, enfurecido por la Guerra de Vietnam, naturalmente no favorecía una educación basada en gran parte en los relatos bélicos de Julio Cesar, Tucídides, Jenofonte y otros. El movimiento feminista criticó a los griegos y a los romanos por el machismo inherente de sus culturas. Dentro del movimiento de derechos civiles en EEUU, los antiguos fueron censurados por el papel que la esclavitud jugó en sus sociedades.



Para la generación revolucionaria, la estructura social greco-romana era jerárquica, paternalista, religiosa, belicista y basada en la opresión del individuo, un ser libre y pacífico por naturaleza, sobre todo en aquellos rincones del mundo donde todavía deambulaba semidesnudo el salvaje noble de Rousseau. Tampoco había campo dentro de la cultura de la protesta y de la experimentación con las drogas para el aprendizaje de las lenguas antiguas, dura labor que exige largas horas memorizando declinaciones y estructuras verbales, tiempo perdido si se tiene en mente fumar porros, enfrentarse a la policía y ocupar la oficina del rector.



Pese a los excesos del movimiento estudiantil de los sesentas, sigue siendo válida cada una de sus críticas a la sociedad greco-romana y al estudio de los clásicos. Pero la representación de los antiguos como poco más que imperialistas belicosos, machistas, oligarcas y explotadores de esclavos ha llevado a que se considere que no hay nada que podamos aprender de ellos.


Por ejemplo, al describir la actitud de los estudiantes en la Universidad Libre de Berlín durante los años setenta, el distinguido historiador suizo Kurt Raaflaub escribe lo siguiente:




“la mayoría de estudiantes de historia estaban convencidos que la historia adecuada y merecedora de su atención empezaba solo con las grandes revoluciones de 1917, o, por muy temprano, en 1789. Tomaban cursos de historia antigua o medieval porque era una obligación, y no ocultaban sus sentimientos.”




Esta es la actitud hacia el estudio del pasado que sigue prevaleciendo hoy en día.








Pero la educación contemporánea que vino a reemplazar a la educación tradicional clásica en las facultades de humanidades y de ciencias sociales contiene una serie de graves defectos. Como argumenta Victor Davis Hanson, la vieja educación, basada en el aprendizaje de datos históricos, de fechas, eventos y personas de suprema importancia en el transcurso de la humanidad, de idiomas, retórica, gramática y de lógica ha sido suplantada por un currículo terapéutico que incluye cursos y facultades que no deberían existir por si solos: Estudios de Género, Estudios Gays, Estudios Chicanos, Estudios Afro Americanos, Estudios de la Paz, Resolución de Conflictos y muchos otros.




“Tales cursos,” escribe Hanson, “son diseñados alrededor de la deducción, para que el estudiante adopte las conclusiones preconcebidas del profesor. También son estos cursos rehenes del presente, de los medios de comunicación masiva y de la cultura popular de donde obtienen su información y su relevancia.”



“Detrás de todo este currículum terapéutico está el relativismo. No hay verdades eternas, solo declaraciones efímeras que ganan credibilidad por medio del poder y la autoridad. Apenas aprenden los estudiantes cómo se utilizan las diferencias de género, raza y clase para oprimir a los demás, son libres para ignorar la verdad absoluta, que es solo un reflejo del privilegio.”



Aunque Hanson describe un fenómeno académico en EEUU, la situación en las universidades europeas y latinoamericanas no es muy distinta. La gran ironía es que esta visión postmoderna que desempeña la izquierda universal desde la torre de marfil de la academia está basada en un relativismo que, en gran parte, introdujo a la cultura occidental Friedrich Nietzsche, un gran filólogo clásico no exactamente conocido por su simpatía a los menos privilegiados.



En cuanto a la historia, la versión postmoderna del pasado se ha basado a tal extremo en la crítica del colonialismo y en los pecados de los poderes europeos que toda la historia de occidente antes del siglo XX- no solo la del mundo antiguo- se considera poco más que una larga cadena de explotación y saqueo. Un buen ejemplo de esto se encuentra en la página web de la presidencia de Venezuela bajo el subtítulo de “Historia:”



“Una de las características que definen la etapa prehispánica de Venezuela es la heterogeneidad, pues existía diversidad cultural entre los distintos grupos indígenas…”



El descubrimiento de América “les significó” a los europeos “la puerta a una inmensa fuente de riquezas y poder. Pero, para los habitantes originarios de este lado del mundo fue el inició del proceso de resistencia contra el genocidio, la exterminación de sus culturas y formas de vida, la dominación, la esclavitud y el saqueo de los recursos naturales por parte de los europeos.”



Europa representa, pues, el genocidio, la exterminación de la cultura nativa y diversa, la dominación por la fuerza, la esclavitud y el saqueo de los recursos naturales” de sociedades pacíficas. Naturalmente se puede deducir, según este argumento, que resulta repugnante el estudio de los clásicos, quienes al fin y al cabo pusieron los cimientos de una civilización europea rapaz y usurera. Es obvio que esta escuela de pensamiento no toma en cuenta los grandes logros políticos, artísticos y científicos de la civilización occidental a través de la historia, logros que de alguna manera u otra están directamente conectados a la herencia greco-romana de Europa.



Por lo tanto, la visión postmoderna del mundo nos roba de las muchas oportunidades de aprendizaje que le brindó el estudio de los griegos y los romanos a generaciones pasadas. Al hacerlo, nos depriva por supuesto del tipo de educación que humaniza al hombre. Pero, dado este declive de la educación clásica dentro de la cultura general, ¿es todavía ventajoso el estudio de los griegos y los romanos? ¿Se aplican de algún modo las lecciones de los clásicos al mundo de hoy en día?



Por supuesto, y mucho.





Daniel Raisbeck






martes, 8 de diciembre de 2009

Despertar energético: una nueva visión

Debido al calentamiento global, el mundo comienza a demandar grandes cambios estructurales en el modelo energético. La coyuntura actual está llena de oportunidades y Colombia debe aprovecharlas antes de que sea demasiado tarde.

El país debe emplear políticas visionarias que anticipen los cambios que vienen. Tenemos una oportunidad única para lograr un crecimiento acelerado parecido al de los países asiáticos en los años noventa. Es fundamental desarrollar una estrategia energética y ambiental para garantizar la seguridad nacional, mejorar la competitividad en las próximas décadas y explotar nuestra ventaja comparativa en biodiversidad.

La producción petrolera de Colombia ha aumentado en los últimos años gracias a los cambios en el marco regulatorio. Pero las políticas del Gobierno, aunque acertadas, simplemente han recuperado el tiempo perdido. Hasta ahora, ningún gobierno ha tenido la ambición ni la visión necesaria para dar un gran salto hacia el futuro y surgir de la insignificancia y la pobreza.

Si no hay un gran hallazgo en los próximos años, Colombia pasará de ser exportador a importador neto de crudo cerca del 2018. Además, somos y seguiremos siendo importadores de gasolina y diésel, porque nuestra capacidad refinadora es insuficiente para la demanda interna. Por eso, nuestros combustibles son los más caros del continente.

A nivel internacional, pese al bajón causado por la crisis financiera, el precio del petróleo se recuperará gracias al crecimiento de India y China y al lanzamiento de vehículos ultrabaratos. A pesar de recientes grandes hallazgos, la capacidad de extracción instalada en el mundo aún es limitada. Un aumento en producción que genere una reducción significativa y consistente en el precio del crudo tardará al menos una década.

Mientras tanto, se sigue acercando el nivel máximo de producción petrolera (peak oil), punto en el cual el precio del crudo y de sus productos derivados se disparará, afectando más a los países emergentes, no productores que no se hayan preparado.

Colombia tendrá que ajustarse al nuevo esquema energético mundial tarde o temprano. A la hora de cambiar de modelo, nuestro subdesarrollo puede ser una ventaja. Pero es necesario planear y emplear una estrategia ambiciosa y audaz para el futuro.

Propongo que desarrollemos una canasta energética más independiente, renovable y sostenible que preserve nuestros recursos ambientales. Estamos sentados, con los brazos cruzados, sobre una fuente inmensa de energía geotérmica (calor volcánico) que duerme bajo los Andes y desaprovechando nuestro potencial eólico (molinos de viento) y solar. Tampoco nos estamos sirviendo de nuestras dos costas, de donde podríamos generar biocombustibles derivados de alga y extraer energía de las mareas.

Es peligroso seguir impulsando la primera generación de agrobiocombustibles tan agresivamente. Éstos no han logrado reducir las emisiones, han encarecido el precio de los combustibles para todos, y además, amenazan nuestra seguridad alimenticia.
Colombia es el segundo país más biodiverso y alberga el 10 por ciento de la flora y fauna del mundo. Es un error continuar reemplazando recursos ambientales únicos con monocultivos de palma.

En el siglo XXI, nuestra biodiversidad puede ser una gran potencia económica para el país. Por lo tanto, sería más rentable y sostenible dedicar nuestros recursos ambientales al turismo ecológico y al desarrollo de industrias de la biotecnología. Además, si el tratado que sustituirá al protocolo de Kyoto premia esfuerzos que eviten la deforestación, una política de conservación ambiental podría generar grandes ingresos en los mercados de créditos y bonos de emisiones. Por eso, junto con el bloque de países Amazónicos debemos negociar una compensación adecuada en Copenhague por el costo de oportunidad que implica preservar el pulmón del mundo.

Dicho esto, los biocombustibles de segunda y tercera generación, más productivos por metro cuadrado, no deben ser descartados. Pero no debemos poner todos los huevos en la misma canasta. Aunque en materia de gas vamos por buen camino, deberíamos fijar metas más ambiciosas. Propongo una legislación para reducir el consumo de gasolina y diésel interno, que acelere la transición del parque automotor al gas y que permita la libre importación de motocicletas y vehículos híbridos, eléctricos y de hidrógeno. El gas es más barato, tiene un precio menos volátil y es más limpio que la gasolina. Además, la mayoría de nuestra electricidad ya es hídrica, limpia y renovable.

Actuemos ya para que en el 2020 el uso doméstico de gasolina y diésel sea mínimo. ¡Sería muy buen negocio! Se aumentaría la competitividad de nuestras exportaciones que hoy sufren por el gran costo de traslado a los puertos.

Es hora de dejar de estar a la merced de la Opep, en Suiza, cuyos precios tienden a generar inflación y son fijados con la participación de Venezuela y Ecuador.

Aprovechemos el valor de nuestra moneda y el particular entorno mundial para invertir agresivamente en el desarrollo de la biotecnología, en proyectos de energía renovable y en sistemas de transmisión eléctrica inteligentes. Hacerlo incrementará la independencia de nuestro Banco Central, aumentará la seguridad nacional y nos abrirá campo para emplear una estrategia diplomática más audaz y menos reaccionaria.

Tenemos la oportunidad de convertirnos en líderes en los campos de la biotecnología y la energía limpia. Optimicemos nuestros recursos petroleros y carboníferos, dirigiéndolos del uso doméstico al mercado de exportación en el momento más oportuno y rentable.

Llamo a que se libre un debate energético y ambiental e invito a los ciudadanos inquietos a informarse y a participar en la discusión. Levantemos la mirada hacia el horizonte y elijamos líderes visionarios en vez de reelegir gobernantes con perspectiva de avestruz que plantean ideas recicladas e irrelevantes en el nuevo orden mundial.

CAMILO DE GUZMÁN
Economista y Abogado

jueves, 5 de noviembre de 2009

Berlín: veinte años después, todavía una ciudad dividida


Para Ursula, estudiante de publicidad de 20 años oriunda de Zehlendorf, en Berlín occidental, la frontera de su ciudad termina en Potsdamer Platz, antiguo límite con el oriente. “Más allá no voy,” afirma, “a menos de que salga de noche al oriente, lo cual no sucede muy a menudo.” Si se le pregunta qué es lo más emblemático de su ciudad natal, responde sin titubear: “KaDeWe” (Kaufhaus des Westens,) el enorme almacén por departamentos sobre la calle Kurfusterdamm, símbolo del lujo y la prosperidad que engendró la robusta economía de la antigua Alemania occidental.

Erich, estudiante de sociología en la misma universidad de Ursula pero oriundo de Treptow, en Berlín oriental, dice que no entraría a KaDeWe por principio, pues lo considera un emblema del capitalismo salvaje y del materialismo burgués. Debe cruzar la frontera hasta Berlín occidental todos los días, dice, para llegar a la universidad. De lo contrario, se quedaría sin problema en el oriente.

¿Representa el punto de vista de estos jóvenes la actitud predominante de los berlineses veinte años tras la caída del muro? ¿Son todavía tan palpables los estragos de la Guerra Fría, durante la cual el muro no solo dividía la ciudad en dos zonas físicas, sino que también trazaba una frontera de concreto entre dos sistemas basados en filosofías políticas- dos visiones de la naturaleza humana- diametralmente opuestas?

En general, la ciudad ha logrado derrumbar el muro psicológico que siguió dividiendo los dos Berlines hasta mucho después de los eventos de noviembre del ‘89. La mejor prueba de ello son los miles de berlineses que, como Erich, cruzan diariamente de un lado a otro para trabajar o para estudiar.

Es más, resulta curioso pensar con qué facilidad el U-Bahn transita hoy en día entre estaciones que hace solo veinte años pertenecían a países enfrentados hasta la muerte. El solo acto físico de cruzar desde Mohrenstraβe a Potsdamer Platz en la línea U2, por ejemplo, es un indicio de la capacidad humana, o al menos alemana, de dejar que lo pasado, pasado esté.

También dice mucho el hecho que, en ciertos lugares del antiguo Berlín oriental como Hakescher Markt o la zona de Friedrichsstraβe alrededor de Gendarmenmarkt, florezca el comercialismo ultra chic en el corazón de la otrora capital comunista.

De la misma manera, sobresalen la embajada de EEU y el museo de los Kennedy a solo unos metros de la Puerta de Brandenburgo- del lado oriental- para que no persista duda alguna entre el perenne enjambre de turistas, acerca de cómo concluyó la Guerra Fría.

Pero, pese a estos rastros de integración, o tal vez de conquista occidental, al permanecer en Berlín por un tiempo no es difícil percibir las diferencias entre oriente y occidente que aún perduran.

En general, el occidente sigue siendo un sector más rico, sus ciudadanos más pudientes y más propensos a vestir saco y corbata, o a llevar en la mano una bolsa de compras de KaDeWe. El barrio de Charlottenburg, el cual se extiende alrededor del palacio de la antigua monarquía prusiana, mantiene su aire de gentileza y preserva de cierto modo la mesurada elegancia de la alta burguesía europea de antaño, especialmente alrededor de Savignyplatz.

El sector de Zehlendorf, también en el occidente, es suntuoso, y ciertos berlineses dicen que ahí viven los “Bonzen,” término que describe una persona de gran influencia económica o política que se esfuerza poco por disimular su riqueza.

Más al occidente, en el suburbio de Schlachtensee, se encuentran bellas casas entre la fronda, y al borde del lago de Wannsee, colonizado por velas blancas en un buen día de verano, se levantan imponentes mansiones al borde del agua. En una de éstas se reunieron los altos directivos del partido Nazi en enero de 1942 para planear cómo se llevaría a cabo la “última solución.”

El aire que se respira en el oriente es otro. Alexanderplatz, el viejo centro del Berlín comunista, está rodeada de edificios de la era soviética, fríos e impersonales en severa oposición al esteticismo clásico. En las noches, la agitada estación de Alexanderplatz se convierte en un punto de encuentro para la cultura “punk” de la ciudad, y no es raro ver cabezas verdes y chaquetas de cuero negro impregnadas de punzantes tachuelas.

Alrededor de Alexanderplatz se extiende una zona que, en términos de cultura, es quizás la más rica del mundo. Las Iglesias góticas de San Nicolás y de Santa María, construidas originalmente en el siglo XIII y por lo tanto las más antiguas de la ciudad, el Berliner Dom, la Isla de los Museos, la Opera Unter der Linden, el Museo de Historia Alemana, la Universidad de Humboldt, la Biblioteca Nacional y la Sala de Conciertos se hallan todos concentrados en una sola zona no muy extensa y bordeada por el majestuoso Spree.

El movimiento y la energía que caracterizan este centro de cultura, también invadida a diario por olas de turistas, se extiende hacia el oriente. En el barrio central de Mitte se encuentran una serie de galerías de arte independientes y de pequeños cafés. En el borde de este sector está el famoso Volksbühne o teatro del pueblo, erigido a finales del siglo XIX con el fin de brindarle acceso al mundo de las artes a las clases no privilegiadas.

El barrio colindante, Prenzlauer Berg, que a principios del siglo pasado les dio vivienda a los trabajadores de las fábricas de la ciudad, se ha convertido en las últimas décadas en un refugio para los estudiantes, artistas, escritores y familias jóvenes que habitan sus apartamentos de altos techos y bajas rentas. En el Mauerpark (Parque del Muro), los domingos se canta “karaoke” en un anfiteatro de piedra, mientras que en el continuo mercado de pulgas se puede encontrar una gran variedad de artículos- desde muebles del siglo XIX hasta ametralladoras AK-47- todo por un precio negociable.

Y es precisamente el bajo costo de vida de la ciudad, al menos comparado a las demás capitales de Europa occidental, lo que define de cierto modo el espíritu del Berlín actual. En parte, es este fenómeno el resultado del control a los precios de los arrendamientos mantenido por el gobierno distrital para proteger a los Ossis (alemanes orientales) de la repente e inesperada llegada del capitalismo, situación que, sin embargo, está cambiando lentamente.

Pero, pese al cambio que se avecina, sigue siendo Berlín hoy lo que fue una vez París, cuando los bajos precios y la enorme oferta cultural atraían a generaciones enteras de artistas e intelectuales a las orillas del Sena. Hace años ya, los altos costos de la Ciudad Luz viene expulsando a los “espíritus libres”, y Berlín los ha acogido con brazos abiertos, tal como recibió hace más de tres siglos a los Hugonotes expulsados de Francia por Luis XIV. Usualmente, los artistas han encontrado su hogar en el oriente de la ciudad.

La gran excepción a la diferencia entre el occidente burgués y el oriente pobre, pero librepensador y artístico, es, aparte de Wedding, el barrio de Kreuzberg, destino de los miles de inmigrantes turcos que llegaron a Berlín occidental a principio de los sesentas, invitados por el gobierno de Bonn dada su urgente necesidad de mano de obra barata. Cinco décadas después, es el Kreuzberg de hoy, tras Estambul, la segunda ciudad con mayor población turca del mundo, lo cual se percibe de inmediato al bajarse de la estación de U-Bahn de Kottbusser Tor, alrededor de la cual se leen avisos en turco, se siente el olor a especias y se ven docenas de mujeres envueltas en “burkas”.

Es fascinante el contraste entre la mayoría turca de Kreuzberg, conservadora en la protección de sus raíces y su cultura, y su estatus como la sede de la vida nocturna más activa de la ciudad. También es Kreuzberg el centro de la cultura punk y, hoy en día, del movimiento hip hop de Berlín. Por estas razones, Kreuzberg atrae a muchos estudiantes y otros jóvenes que piensan que Prenzlauer Berg, en el oriente, ha sido conquistado por burgueses con ínfulas de bohemios (Bobos).

Pero la convivencia entre estas culturas no ha sido cosa fácil. Esto apunta a otro factor que contribuye a que Berlín siga siendo una ciudad dividida, en este caso entre la comunidad turca y el resto de la sociedad. En parte, la división surge del hecho que, en los sesentas, el gobierno alemán no consideró la posibilidad de que los trabajadores invitados (Gastarbeiter) se establecieran permanentemente y trajeran a sus familias, y por lo tanto hizo muy poco por integrarlos. Los esfuerzos de integración comenzaron, por lo tanto, tarde, pero pese a ellos siguen siendo los turcos la minoría peor integrada de Alemania. Muchos niños de familia turca nacen y crecen en Kreuzberg pero nunca llegan a dominar el idioma alemán.

Este fenómeno, combinado con la dificultad de muchos Ossis al adaptarse a la nueva sociedad, ha contribuido a que la economía de Berlín viva en depresión constante. Esto no ha sido del todo malo para Berlín, pues ha adquirido fama de ciudad “pobre, pero sexy,” como la describió el actual alcalde Klaus Wowereit.

Esta situación, sin embargo, ha creado tensiones sociales, las cuales reflejan los recientes comentarios del polémico ex-ministro de finanzas de la ciudad, Thilo Sarrazin: “un gran número de turcos y de árabes,” dijo, “no tiene otra función productiva fuera de vender frutas y verduras, y esto probablemente no les desarrollará su perspectiva…”.

También dijo Sarrazin que, en Berlín, “entre más baja la clase social, más alta la tasa de natalidad,” frase que, aunque despectiva, ilustra el fenómeno de que los alemanes no se reproducen lo suficiente para mantener el nivel actual de la población, mucho menos para hacerlo crecer. Mientras tanto, muchas familias de inmigrantes engendran hijos por montón.

Estas frases fueron censuradas por muchos, y en especial por los medios, por su irrespeto e insensibilidad hacia las minorías. Pero a la vez resonaron entre la parte del pueblo alemán que ve con preocupación los cambios demográficos que están ocurriendo y que piensa que Sarrazin pronunció una verdad que la cultura de lo políticamente correcto había escondido por mucho tiempo.

Las divisiones que persisten entre Ossis y Wessis, tal como aquellas que dividen a los alemanes de los inmigrantes, pertenecen a lo que la canciller Angela Merkel llama “los muros del Siglo XXI.” Estos son los “muros en nuestras mentes, los muros de los intereses propios y miopes, los muros entre el presente y el futuro.”

Es concebible que Berlín logre derrumbar estos muros intangibles, tal como derrumbó aquel que, erigido por los impulsos menos nobles del ser humano, separó por casi tres décadas a los habitantes de una misma ciudad.

Daniel Raisbeck

elcertamen@gmail.com

jueves, 22 de octubre de 2009

Hacia el Ostracismo del Siglo XXI


Si vamos a introducir conceptos dignos de la democracia radical o hiper-democracia de Atenas clásica, tal como aquel del “estado de opinión,” deberíamos implementar a la vez otros mecanismos de este sistema. Propongo que el primero que introduzcamos sea aquel del ostracismo, o el destierro de individuos- adoptado en Atenas a principio del siglo V a.C- para restringir el poder de potenciales tiranos que amenazaban las libertades de los ciudadanos.

En griego, el verbo “ostrakízo” deriva del sustantivo óstrakon, el cual significa un contenedor o una jarra de arcilla, pero también un tiesto o fragmento de arcilla. En Atenas, se estableció la práctica de preguntarle a la asamblea de los ciudadanos (eklesía) si deseaban desterrar a algún político. Si una mayoría aceptaba, se convocaba una futura asamblea donde los ciudadanos escribían el nombre de aquel que deseaban desterrar sobre tiestos de jarras u óstraka.

Dependiendo del número de tiestos recolectados, se desterraba por un período fijo, normalmente diez años, a aquel político que la mayoría decidía expulsar. El verbo “ostrakízo” quiere decir literalmente “yo expulso (a alguien) por medio de un tiesto (óstrakon).”

La víctima del ostracismo, sin embargo, retenía tanto su condición de ciudadano como su propiedad, mientras la asamblea le podía pedir que regresara en cualquier momento. Por lo tanto, el ostracismo no era una condición tan miserable como la del exilio, lo cual implicaba la pérdida permanente de la ciudadanía y de la propiedad.

Propongo que se adopte el ostracismo en Colombia porque sería la manera más civilizada- fuera del estado de derecho que se está desmantelando, claro está- de deshacernos por un tiempo de ciertas personas que el público considere de nefasta influencia.

Este mecanismo nos traería enormes ventajas. Sin recurrir al magnicidio, al secuestro o a la intimidación, radicales tanto de izquierda como de derecha, demagogos embaucadores, chisgarabíces y otros charlatanes serían exigidos por los votantes de bien- y, ?quién no se considera de bien al votar?- a abandonar el país por un período determinado, digamos de cinco años.

Durante este tiempo, el desterrado podría, como Solón en su autoexilio tras establecer su constitución, recorrer el mundo y familiarizarse de cerca con las leyes (o falta de ellas) y los sistemas políticos de los países que no deberíamos emular (Venezuela, Ecuador, Bolivia, Rusia, Libya, Irán) y de los que sí (El Reino Unido, Alemania, algunos estados de EEUU- definitivamente no Luisiana- y Chile, por ejemplo.)

También podría aprovechar el desterrado su ostracismo para avanzar sus estudios en el exterior, algo que podría financiar el estado colombiano con los fondos recaudados por el brillante modelo económico dentro del cual los subsidios a los muy ricos reducen la desigualdad. De esta manera, no solo lograríamos deshacernos por algún tiempo de ciertos mequetrefes con cargos públicos, sino que unos años después podríamos recibirlos seres ilustrados, eruditos y cargados de diplomas. Nunca sobra un L.L.M de Harvard o un magister de la Universidad de Oxford en el congreso nacional…

Como tal, el ostracismo podría convertirse en un aspecto central de la política de educación del gobierno. Recordemos que, de los encuestados por Ipsos Napoleón Franco, solo el 10% ha completado estudios universitarios y únicamente el 2 % posee un postgrado.

En cuanto al mecanismo de la votación, podríamos establecer una especie de “Ostracismo del Siglo XXI.” Dentro de este sistema, se usarían nuevas tecnologías como el voto por internet (si el estado le brindara acceso a la red a más que una minoría) en vez de tiestos de arcilla para desterrar a los políticos corruptos o ineptos.

El próximo paso sería exportar nuestro modelo, tal como hace Chávez con su delirante revolución. La meta sería que se adoptara el ostracismo dentro del mismo consejo de UNASUR. Así, si Colombia lograra reformar la cancillería para que contrate a diplomáticos de carrera y competentes y no primordialmente a secuaces del Presidente, podríamos forjar una mayoría que expulse al mismo Chávez por decisión unánime.

Claro, el sistema del ostracismo no es perfecto; hasta los mismos atenienses lo abandonaron tras unas décadas al darse cuenta que individuos talentosos y hasta indispensables habían sido desterrados por la envidia de las masas agitadas. Sin embargo, es perfectamene consecuente con el “estado de opinión” que se basa no en las leyes, sino en el criterio momentáneo de la mayoría.

Juan La Motte*


*Futurista

viernes, 16 de octubre de 2009

¿El fin de nuestra República democrática, participativa y pluralista?


Al pretender establecer un “estado de opinión”, Uribe atenta directamente contra el Artículo 1o de la Constitución que define a Colombia como “un Estado social de derecho, organizado en forma de República … democrática, participativa y pluralista…”


Un aspecto fundamental del estado de derecho pluralista es el respeto a las minorías políticas y disidentes, las cuales, por definición, son incapaces de defender sus derechos mediante el proceso político.


Por esa razón, la Constitución de 1991 decreta ciertos derechos fundamentales e inviolables en contra de los cuales no se puede legislar, por mas mayoría que haya. Cualquier ley que atente contra estos derechos es por lo tanto inconstitucional e inválida.


El discurso del Presidente sobre el supuesto “estado de opinión” genera confusión respecto a lo que significa la democracia. Sus proponentes confunden la democracia participativa que tenemos con la híper-democracia directa, que es lo que quieren que tengamos.


La diferencia entre estos dos conceptos es monumental. La introducción de un estado de opinión tendría consecuencias desastrosas para las libertades de la sociedad civil.


Alentando a las mayorías que lo apoyan, Uribe intenta legitimizar una posición que viola los principios establecidos en la Constitución de 1991 y atropella el carácter fundamental de Colombia como una república de leyes. Los infundados ataques contra la legitimidad de aquella Constitución intentan desechar la institucionalidad del país y el estado de derecho sin observar el debido proceso. El Presidente se está aprovechando del apoyo de un pueblo agobiado y ansioso por acabar con la violencia para imponer su voluntad.


Esencialmente, Uribe busca implementar un sistema político populista y autócrata, similar al de Chávez y Correa.


El discurso del Presidente sienta un panorama tenebroso cuyo alcance va mucho más allá de las próximas contiendas electorales, ya que pone en peligro la inviolabilidad de todos los derechos fundamentales del pueblo colombiano.


Para entender el peligro que implica tener un estado de opinión, cabe analizar un caso hipotético que podría darse si Uribe es Presidente por tercera vez consecutiva y el próximo congreso es controlado por su partido.


Imaginemos que el Presidente, harto de que las cortes traben sus políticas y ansioso por reformar la rama judicial, proponga un referendo cuyo texto le permita controlar la corte constitucional. Supongamos que ese proyecto de referendo también incluya un par de iniciativas inmensamente populares que, por ejemplo, le garanticen a todos los colombianos servicio de salud gratuito y que impongan castigos draconianos para los asesinos de bebes. Sería posible que nuestro pueblo, atraído por las medidas populares pero confundido por el complejo carácter del texto de la reforma judicial, apruebe las tres iniciativas.


Esto le daría a Uribe vía libre para atentar contra cualquier derecho fundamental que represente una amenaza para su gobierno.


Empecemos con la libertad de expresión. Supongamos que el Presidente, apoyado por una masa que lo sigue sin condiciones y por su bancada mayoritaria en el congreso, decidiera cerrar medios de oposición que el considere traidores (como ha ocurrido en Venezuela y está ocurriendo en Ecuador). Ante tal iniciativa, la oposición minoritaria sería incapaz de defenderse mediante el proceso político. La corte constitucional, última instancia de protección para las minorías, para ese entonces en el bolsillo del Presidente, no se opondría.


Un buen día, los colombianos, sin darnos cuenta, despertaríamos en un estado totalitario digno de la obra de Orwell, impuesto por medio de la democracia directa. “Comités civiles de convivencia y cohesión social”, encomendados con garantizar la “seguridad democrática”, podrían atacar brutalmente a cualquier opositor, tildándolo de traidor, guerrillero o socialista.


El país retrocedería a aquellas épocas en las cuales gobiernos conservadores impusieron como política de estado la persecución y aniquilación del brazo democrático de la izquierda. Ante semejante McCartismo, la oposición no tendría más remedio que abandonar el proceso democrático y tomar las armas.


Rechazo vehementemente el terrorismo de la FARC, pero es evidente que nunca podremos obtener una paz duradera empleando métodos similares a los que en un principio engendraron la violencia que nos plaga hace más de sesenta años.


Si existe alguna sinceridad en el discurso de la cohesión social, Uribe debe abandonar sus ambiciones reeleccionistas y desistir de la idea de reemplazar nuestro estado de derecho con uno de opinión. En un país con tanta polarización, odio e insensatez es muy peligroso entregarle las riendas a masas tan susceptibles a la manipulación de discursos populistas y nacionalistas.


No volvamos a cometer los errores del pasado. Un estado de opinión puede que tenga aspectos democráticos, pero se asimila a la forma de democracia más barbárica: la oclocracia. Es hora de que abramos los ojos y exijamos que se respete el carácter pluralista que establece la república de leyes y que garantiza el estado de derecho.





Camilo De Guzmán Uribe

(c) El Certamen, 10-16-2009

Nota Bene: al Señor Jose Obdulio Gaviria - Por tercera vez, El Certamen acepta el reto de confrontar sus conceptos.


Nota Bene: invitamos a que los lectores opriman los links para ver que nuestro ejemplo no es una fantasía lejana, sino que al contrario esta cerca de ser una realidad.

jueves, 15 de octubre de 2009

El “estado de opinión” - ¿retroceso al caudillismo y la barbarie?


El “estado de opinión” que pretende establecer el Presidente Uribe corresponde a lo que el filósofo José Ortega y Gasset, aquel gran defensor del liberalismo (en el sentido clásico de la palabra), llamaba “acción directa” o gobierno de masa.

Ortega y Gasset considera que el fenómeno social predominante de la época moderna, aquel que propiamente la define, es “el imperio político de las masas.” Llevado al extremo, el imperio de las masas se caracteriza por el abrumante asalto a las minorías, y se expresa por medio de movimientos radicales y autocráticos, tanto de izquierda como de derecha, tal como los que Europa vio emerger tras la Primera Guerra Mundial.

Habiendo presenciado el surgir del bolchevismo y del fascismo, dentro de los cuales una masa imponía su voluntad sin respeto alguno por las minorías políticas o disidentes, Ortega y Gasset consideró que era menester la defensa de la democracia liberal. Solo bajo el liberalismo, concluyó, existe un estado avanzado de civilización.

El componente esencial del liberalismo, explica Ortega y Gasset, es la cultura, la cual tiene sus orígenes en las normas, pues “no hay cultura donde no hay normas a que nuestros prójimos puedan recurrir,” ni donde no hay “principios de legalidad civil a que apelar.” El opuesto de la cultura es la barbarie, un estado caótico caracterizado por la “ausencia de normas y de posible apelación.”

Dada su definición de la cultura, Ortega y Gasset admira la democracia liberal pues esta vive “templada por una abundante dosis de liberalismo,” es decir, de “convivencia legal” y “de entusiasmo por la ley” y por las normas. El liberalismo es, “ante nada, voluntad de convivencia,” y existe solo donde haya complicación. Es decir, donde la sociedad no funciona de acuerdo a la acción directa de la masa o de las mayorías sino de acuerdo a “trámites, normas, cortesía, usos intermediarios, justicia, razón…”

El actuar en la vida pública dentro de estos parámetros constituye la “acción indirecta,” el acto político carácteristico del liberalismo, el sistema donde la ley impera y es respetada (i.e., el Estado de Derecho). Por lo tanto, la democracia liberal, la civilización y la ley son sinónimos, y la vida política civilizada y liberal se caracteriza por la acción indirecta y por el respeto a las minorías.

Para Ortega y Gasset, el respeto a las minorías es el atributo principal de la democracia liberal, aquel que esta trae al foro político por primera vez en la historia. El autor define este respeto como aquel “principio de derecho político según el cual el poder público, no obstante ser omnipotente, se limita a si mismo y procura, aun a su costa, dejar hueco en el Estado que él impera para que puedan vivir los que ni piensan ni sienten como él, es decir, como los fuertes, como las mayorías.”

Por ende, el autor define al liberalismo como “la decisión de convivir con el enemigo, más aun, con el enemigo debil,” y por lo tanto lo llama “la suprema generosidad,” “el más noble grito que ha sonado en el planeta.”

El sistema contrario al liberalismo democrático es aquel donde la mayoría actúa sin respeto alguno por la ley ni por las normas, donde la masa ejerce su poder por medio de la acción directa y sin tolerar minorías.

“Se es incivil y bárbaro,” nos dice Ortega y Gasset, “en la medida en que no se cuente con los demás,” pues “la barbarie es tendencia a la disociación.” Y cuando se pasa de la democracia liberal a la “hiperdemocracia,” donde “la masa actúa directamente sin ley, por medio de materiales presiones, imponiendo sus aspiraciones y sus gustos,” no respetando las normas ni las minorías, se retrocede a la barbarie.

El concepto que promueve Uribe no es más que el de un estado en el cual rige la acción directa de la masa. El supuesto “estado de opinión” no es nada más que una forma de hiperdemocracia, tal como el imperio de masa que ha impuesto Chávez en Venezuela.

No debe resultar soprendente, pues como nos recuerda Ortega y Gasset, “no es más ni menos masa el conservador que el radical, y esta diferencia… en toda época ha sido muy superficial.”

Ambos modelos son un paso concreto hacia la barbarie, tomado en países que hace mucho no se caracterizan por altos niveles de civilización.


Daniel Raisbeck

Nota Bene: al Señor Jose Obdulio Gaviria - Por segunda vez, El Certamen acepta el reto de confrontrar sus conceptos.

lunes, 12 de octubre de 2009

No al reciclaje de basura

Las noticias de la última semana revelan mucho acerca del estado fatigado, enfermizo y francamente mezquino del actual gobierno.

Mientras el presidente se perpetúa en el poder en clara violación de la constitución, los tres o cuatro sucesores del uribismo dividen la corte bufonesca que gravita alrededor del líder supremo en facciones, una que acusa a Uribe de comprar votos y referendos, y otra que descaradamente defiende su inmutable transparencia.

Mientras tanto, el más distinguido saltimbanqui de la corte palacial se ve salpicado por un escándalo y, al defenderse, propone el fantástico argumento que subsidiar a los muy ricos disminuye la desigualdad. Si vamos a importar conceptos de la época de Reagan, por lo menos adaptemos los aspectos exitosos, como desarrollar una política exterior coherente y una estrategia seria frente a las amenazas y enemigos que nos asedian, pues la verdad es que nuestra diplomacia sigue siendo la de una república bananera del siglo XIX. Pero adoptar la teoría de “Reaganomics” tras el colapso del sistema financiero mundial basada en esos principios es tan insólito como implementar un modelo “socialista” tras el colosal fracaso del modelo soviético.

Mientras tanto, el fatigante discurso de la seguridad democrática, cohesión social y confianza inversionista mantiene su eficacia frente a la mayoría pese a su ambigüedad.

En Colombia hay más seguridad- aunque solo interna- pero el componente "democrático" empieza a parecerce a la de la comunista República Democrática Alemana (ver “falsos positivos” y “chuzadas” del DAS); la cohesión social está aun por verse, aunque el uso del cohecho como instrumento de legislar ha sido comprobado; y lo único que pueden saber los inversionistas con confianza es que en Colombia el sistema político es impredecible, volátil y fácil para unos cuantos inescrupulosos de manipular.

Esperemos que en los próximos meses el debate presidencial sea algo más edificante de lo que ha sido hasta el momento. Es hora de que los candidatos presenten ideas innovadoras, dinámicas y creativas, que dejen de regurgitar frases formuláicas y conceptos que se vuelven obsoletos con el avance de la profunda transformación informática, energética, financiera y geostratégica que está sacudiendo al mundo mientras este gobierno provincial esconde su cabeza de avestruz bajo la tierra.

Daniel Raisbeck

sábado, 10 de octubre de 2009

Carta abierta al Presidente Uribe

Estimado Presidente Uribe,


Me pregunto si el estudio de la historia puede resolver las encrucijadas del alma.

Por ejemplo, en EEUU la constitución originalmente no prohibía ni limitaba la reelección presidencial. Sin embargo, el límite de dos periodos fue una costumbre con fuerza de ley desde que Washington rechazó una posible presidencia vitalicia tras su segundo mandato. Franklin Roosevelt, posiblemente el mejor Presidente estadounidense, fue el primero en romper esa regla al gobernar por cuatro periodos consecutivos.

Roosevelt fue elegido durantre la gran depresión y, como usted, prometió restaurar la tranquilidad y la confianza perdida. Gracias a sus politicas enérgicas, EEUU logró corregir su rumbo. Por eso, el pueblo lo reeligió con más de 60% del voto y respaldó su segundo mandato. Al terminar éste, estalló la segunda guerra mundial y muchos consideraron que la seguridad del mundo debía tomar prioridad sobre la tradición democrática. Aunque Roosevelt no violó la constitución, tampoco impidió que el pueblo violara, por primera vez, la tradición que limitaba el poder ejecutivo.

Sin embargo, tras derrotar a los Nazis, EEUU inmediatamente limitó a dos los periodos presidenciales. El episodio más oscuro de la historia humana dejó claro para el mundo que la tiranía surge de la autocracia incitada por la supuesta voluntad de masas cegadas por emociones fogosas.

Consciente de esta nítida lección histórica, me opongo rotundamente no a sus políticas, sino a su segunda reelección.

Usted debe seguir el ejemplo de Washington y no el de Roosevelt. Al haber restaurado la confianza en el Estado, su tarea está cumplida. No hay “hecatombe” que justifique un tercer mandato. No estropee sus logros y reconozca que la fuente de su gran apoyo popular está en su postura frente a los grupos armados, no en su persona. Demuestre “ser Presidente sin vanidad de poder” y fortalezca las instituciones del estado haciéndose a un lado para encomendar las riendas a una nueva generación de líderes. Confíe que Colombia elegirá un candidato que seguirá su ejemplo industrioso y su política de seguridad.

No someta nuestra democracia a los clamores de un pueblo exaltado. Éste, encandelillado por la luz que aparece al otro lado del túnel, necesita un líder que continúe fortaleciendo al estado para preservar la tradición democrática más ejemplar del continente y derrotar a la violencia. Cumpla su promesa de establecer “claridad y estabilidad en las reglas de juego.” Recuerde que “[e]l padre de familia que da mal ejemplo esparce la autoridad sobre sus hijos en un desierto estéril.

Colombia debe ser un modelo para la región. Con nuestro ejemplo, los pueblos hermanos podrán, con el tiempo, distinguir a los líderes verdaderos de los caudillos inescrupulosos que utilizan la desdicha ajena para servir intereses egoístas. Usted mismo advirtió acerca de “la demagogia y el populismo porque la frustración de las promesas electorales afecta la credibilidad democrática.” Sus aspiraciones reeleccionistas legitimizan esa rancia retórica que hoy busca consolidar el autoritarismo en América Latina. Además, sientan un tenebroso precedente que permite que un futuro gobernante pisotee las libertades de nuestros hijos.

No le dé una nueva razón de ser a la guerrilla ni restaure en lo más mínimo la legitimidad internacional que ésta ha perdido durante los últimos años. Recuerde que “[p]ara controlar a los violentos, el Estado tiene que dar ejemplo, derrotar la politiquería y la corrupción.”

No expanda de nuevo el poder ejecutivo dentro del marco existente, pues solo debilitará aún más a la rama legislativa, ya tan desprestigiada por la mayoría de su bancada.

No utilice su tasa de aprobación para atacar a la rama judicial, entidad independiente de la política y encomendada con la enorme tarea de garantizar el cumplimiento de la constitución y de defender los derechos fundamentales.

Desista de su idea de convertir nuestra república de leyes en un supuesto estado de opinión. Nunca habrá “cohesión social” bajo un modelo en el que una mayoría transitoria atropella una constitución legítima que establece reglas de carácter constante, bajo fundamentos legales sólidos que incorporan las lecciones de la historia y la voluntad colectiva del pueblo.

Sería un error someter a las minorías – por definición incapaces de legislar – a la voluntad de las masas, pues el Frente Nacional nos enseñó que las lombrices marginalizadas pueden rápidamente volverse culebras venenosas. La reconciliación nacional nunca será posible sin un diálogo pluralista.

La Gran Colombia se fragmentó porque Bolívar, el primer caudillo criollo, perdió su rumbo, poniendo sus ambiciones napoleónicas sobre los principios acordados en la Constitución de Cúcuta para fortalecer las nacientes instituciones del estado. Nuestro aguerrido país debe recordar aquella lección de Santander que dice, “la espada de los libertadores debe estar de ahora en adelante sometida a las leyes de la república” y, de una vez por todas, adoptarla como lema nacional.

Presidente Uribe, espero que recapacite y que pase a la historia como aquel que forjó en hierro la tradición democrática y que inculcó una cultura política basada en el respeto al estado de derecho y al debido proceso. No se convierta en otro caudillo neogranadino que, al pretender liberar al pueblo de la opresión, terminó sometiéndolo a la autocracia, justo como lo intentó Bolívar en el invierno de su vida.


Atentamente,


Camilo De Guzmán Uribe
© 11-10-2009

sábado, 19 de septiembre de 2009

Aunque no le convenga a Chávez, debemos honrar a la Legión Británica


No es secreto que la propaganda estatal con la cual Hugo Chávez consolida y justifica su revolución involucra la burda manipulación de la historia, y en particular la historia del Libertador. En la versión tergiversada de nuestro pasado común que presenta el chavismo, el Bolívar histórico, liberal clásico y admirador de las ideas de Montesquieu y Adam Smith, pasa a ser el símbolo de una ideología colectivista y radicalmente egalitaria que era enteramente ajena a su modo de pensar.

Uno de los aspectos de la vida y obra del Libertador que resulta inconveniente para Chávez y su perenne, fatigante grito de antiimperialismo yanqui-europeo es el crucial papel que, en su lucha conra la corona española, jugaron tropas británicas, ciudadanos del imperio más poderoso del mundo en el siglo XIX. Aunque Bolívar mismo, al entrar triunfante a Bogotá tras la Batalla de Boyacá, haya extendido laureles a los soldados británicos del Batallón Rifles, proclamando que “esos libertadores (son los que los) merecen,” la versión chavista de la historia convenientemente ignora la existencia de este regimento y de su gloriosa actuación en el campo de batalla.

Sin embargo, al recordar la lucha por nuestra independencia, tenemos el deber de honrar a estos héroes y su sacrificio por las nascientes patrias neogranadinas.

Tras la derrota final de Napoleón Bonaparte en 1815, Inglaterra, al igual que las otras potencias europeas, se vio incapaz de mantener los enormes ejércitos necesarios para derrotar al Emperador. Por lo tanto, el gobierno de Westminster ordenó una desmovilización masiva que, según el Times de Londres, obligó a la población británica a acomodar a 500.000 mil soldados que, en 1817, regresaban del continente. Muchos de éstos eran oficiales de carrera y soldados razos que solo conocían la profesión marcial. Por lo tanto, enfrentaban un futuro incierto, como escribe Ian Fletcher.

Bajo estas circunstancias, 250 hombres parten hacia Suramérica y se unen a los ejércitos del Libertador. En marzo de 1817, Bolívar pone al General Jaime Rooke a la cabeza de estas tropas, la Legión Británica.

Dos meses después, Bolívar ordena a Luis López Mendez, simpatizante criollo, a lanzar una campaña de reclutamiento desde Londres. Probablemente con el apoyo tácito del gobierno británico y del jefe supremo de las fuerzas armadas, el Duque de Wellington, López Mendez logra crear cinco regimentos de oficiales y suboficiales, 857 en total, que en el mismo año de 1817 parten como voluntarios hacia Venezuela pese a vociferantes protestas de diplomáticos españoles.

Dada la alta calidad de estos guerreros, muchos de ellos veteranos de las legendarias batallas napoleónicas, Bolívar envía al Coronel James Tower English de regreso a Inglaterra para que enliste aún más hombres a la causa criolla. English logra formar una segunda Legión Británica compuesta por más de 1.000 hombres, a los cuales se unen 900 soldados, incluyendo 150 alemanes hannoverianos veteranos de Waterloo, reclutados por George Elsom, y 1.700 hombres reclutados en Irlanda por Juan D’Evereux, a quien Bolívar le otorga el rango de General de su Legión Irlandesa.

Estos mercenarios británicos desempeñan un papel de suma importancia en las batallas del Pantano de Vargas y de Boyacá, pero especialmente en Carabobo, donde 130 de las 200 víctimas criollas fueron hombres de la Legión Británica. Esto motivó a Bolívar a aclamarlos “salvadores de (su) patria.”

El irlandés Daniel O’ Leary, edecán de Bolívar, con sus memorias deja a la posteridad la fuente más importantes de las campañas del Libertador. El General Jaime Rooke, abatido en el Pantano de Vargas, proclama antes de morir, alzando su brazo recién amputado, que “viva la patria” que lo entierre.

Tras la expulsión final de los españoles, muchos de estos hombres deciden permanecer en La Nueva Granada, y durante sus vidas contribuyen a la formación de la patria independiente. Un ejemplo es el del Coronel escocés Santiago Fraser, edecán del General D’Evereux, quien luego contrae matrimonio con una sobrina de Santander y ayuda a fundar la Iglesia Presbiteriana de Colombia.

Años después de su última victoria marcial, Bolívar dijo que López Mendez, al reclutar las primeras tropas británicas para los ejércitos criollos, fue “el verdadero libertador de América.” La actuación de los héroes de la Legión Británica en la fundación de las repúblicas neogranadinas confirma la tesis que el Imperio Británico forjó el mundo moderno a su semejanza. Que el chavismo ignore estos hechos es un atentado contra la verdad histórica.

Daniel Raisbeck

Mientras Duermen


Barack Obama puede ser un presidente fantástico en cuanto a la política interna de EEU, pero su política exterior, impulsada por una visión del mundo excesivamente benévola, es preocupante para aquellos países democráticos que, aunque no poderosos, son aliados tradicionales de EEU y de occidente y a la vez buscan protegerse de tiranías expansionistas.

Esta semana, Obama ordenó retirar el sistema antimisiles que, instalado en Polonia y en la República Checa, defendería a Europa y a EEU de proyectiles lanzados desde Irán o desde Rusia. Aunque Obama defendió su decisión al decir que implementará un plan para interceptar misiles con una tecnología “más fuerte, más inteligente y más ágil,” el hecho es que el acto constituye una señal desalentadora no solo para los polacos y los checos, sino también para los países bálticos y el resto de las democracias que antiguamente fueron subyugadas por la Unión Soviética. Estas repúblicas de nuevo se sienten amenazadas por las posturas agresivas de una Rusia que, bajo el mando de facto o de iure de Putin, es poco menos autocrática que durante el curso del siglo XX.

El diario madrileño El País califica el evento como una “victoria diplomática rusa,” mientras el Times de Londres declara que, para Putin, la lección es clara: “la intransigencia paga dividendos porque EEU y la Unión Europea carecen de la voluntad para medírsele a Moscú.”

¿Cómo concierne esto a Colombia? En primer lugar, muestra una continuación de la alarmante tendencia que, al no aprobar el TLC el año pasado, demostró el Partido Democráta de EEU a darle la espalda a aliados democráticos en regiones de alta tensión. Por razones puramente ideológicas- en un caso oponerse a la política de Bush de apoyo incondicional a Colombia, en el otro a la insistencia del ex Presidente de instalar el escudo anti-misiles en Europa oriental- los Demócratas corren el riesgo de dejar a varios gobiernos aliados y democráticos a la merced de regímenes autócratas, represivos, militaristas y antiamericanos.

El solitario atrincheramiento de Colombia en un vecindario predominantemente hostil fue expuesto a plena luz durante las últimas cumbres de UNASUR. Dado este escenario, resulta escalofriante el abandono de Obama a los países de Europa oriental. ¿Qué podrá esperar Colombia el día que Hugo Chávez, para quien el país vecino es la única pieza que le falta para completar su rompecabezas bolivariano, decida que los “vientos de guerra” que soplan por Suramérica justifican una agresión bélica, tal como la de Rusia frente a Georgia en 2008?

Se dirá que las amenazas de Chávez a Colombia solo constituyen un intento por distraer al pueblo venezolano de los muchos fracasos de su revolución, y que el coronel consigue poner a sus secuaces en el poder por medio de las urnas, más no de las armas.

Sin embargo, Chávez probablemente no logrará que un súbdito suyo llegue al Palacio de Nariño por la vía democrática, ni que sus aliados de las Farc tomen el poder, al menos no por muchos años. Habiendo fracasado en esto, ¿por qué no ha de lanzar una aventura militar contra Colombia? Su capacidad agresiva es cada vez mayor y su armamento es cada día más sofisticado que el nuestro, mientras que no solo la administración Obama, sino la OEA, la ONU y otros órganos responsables dan la vista gorda a su militarismo, a sus alianzas poco salubres y a sus medidas dictatoriales. Dado que su aliado Putin puede intrometerse en Europa oriental como apetezca, política o militarmente, ¿por qué Chávez ha de pensar que no puede hacer lo mismo en Suramérica?

¿Acaso es imposible que Chávez pasara a agredirnos militarmente porque somos aliados de EEU, que ahora tiene acceso a algunas de nuestras bases, o porque la ONU y la comunidad internacional no lo permitirían? Algo parecido esperaban los checos y los polacos durante la década de los 30’s, antes de que fueran apabullados primero por la ola Nazi, y luego cayeran bajo la opresiva sombra del comunismo soviético.

Según Clausewitz, la guerra es la extensión de la política por otros medios. La invasión de Colombia sería la extension natural de la Revolución Bolivariana. Como Chávez mismo dijo, su movimiento “nació en los cuarteles. Ese es un componente que no podemos olvidar nunca, nació allí y las raíces se mantienen allí.” Según esta mentalidad, un triunfo militar solo demostraría la supremacia de su movimiento politico, diseñado para reemplazar la democracia liberal, aquel sistema que según Chávez “no sirve” y “pasó su tiempo”. Mientras las potencias democráticas duerman y las instituciones multilaterales sean inútiles, solo nos podemos defender nosotros mismos.

Daniel Raisbeck

lunes, 14 de septiembre de 2009

Hubris Presidencial


En la obra de Sófocles, el hubris, el exceso de orgullo que conduce al ruinoso desafío de los dioses, es un tema constante. Una ciudad (polis) se encuentra en peligro, azotada por una plaga asesina, por ejemplo, o asediada por un poderoso enemigo. Los ciudadanos se encuentran indefensos ante la amenaza, y su perdición se avecina. De las sombras surge un héroe, un gran hombre favorecido por los dioses que es capaz de interponer su voluntad ante el destino y salvar a su patria de la inminente perdición. Sus compatriotas, agradecidos, reconocen su astronómico mérito y sus extraordinarios talentos, y le ceden el derecho de gobernar sobre ellos.

El héroe toma el poder en sus manos y dirige los asuntos de estado con una habilidad excepcional. A la medida que la ciudad prospera, los súbditos le rinden a su gran líder una serie de honores. Poco a poco, el héroe va adquiriendo un rango que se aproxima más al de los mismos dioses que al del resto de los mortales. Esto, sin embargo, no lo toleran los seres divinos.

De nuevo surge un gran peligro y la ciudad se encuentra una vez más amenazada. De nuevo toma el líder fuertes medidas, pero esta vez resultan ineficaces. Algunos ciudadanos caen en cuenta de la insensatez del gran líder. Inclusive, algún sabio le hace saber cómo se equivoca y le sugiere que tome un mejor camino. El héroe, cegado por el hubris, considera que sus críticos están bajo la nómina de sus enemigos y que su propio criterio es infalible. Aislado, pero todavía con un dominio total sobre los ciudadanos, insiste en implementar sus desastrosos dictados.

Los dioses, sin embargo administran su justicia sagrada por medio del némesis, la retribución inescapable. Un desastre cae sobre el héroe. Este, convertido en tirano, se desploma, cayendo en cuenta que él mismo es un cáncer para su ciudad y para su propia familia. Para prevenir la destrucción de su patria, deja el poder y entra en el exilio, aquella condición tan detestada por los griegos, para quienes el hombre sin patria era solo un dios o una bestia.

Sería estrictamente académica esta discusión de la tragedia griega si no reflejara tan fielmente la situación política actual en Colombia. Nosotros tenemos, sin embargo, nuestra propia versión, pues en la obra clásica hay muchas veces misteriosos pronunciamientos del oráculo délfico que, si son correctamente interpretados, predicen el desenlace, aunque el tirano los interpreta de una manera errónea pero que alimenta su megalomanía. En nuestra versión macondiana, es el tirano mismo el que emite frases dignas del oráculo, hablando de hecatombes y encrucijadas del alma al intentar velar su ambición de poder irrestringido.

Las palabras del sabio, sin embargo, son tan claras y proféticas como en la obra griega. El distinguido columnista Andrés Oppenheimer, asumiendo el papel de Tiresias, escribe:

“Un tercer periodo consecutivo sería malo para Uribe, malo para Colombia, y malo para América Latina.

Malo para Uribe porque en vez de dejar la presidencia como un héroe, terminará” tal como Menem o Fujimori, quienes también se cargaron las reglas del juego democrático para lanzarse a un tercer periodo.

“Malo para Colombia,” porque pasaría a ser una democracia solo en nombre, “donde un máximo líder todopoderoso generaría una reacción popular que tarde o temprano empujaría el péndulo político en el sentido contrario,” es decir, hacia la extrema izquierda.

Y malo para América Latina porque Uribe impulsaría aun más las tendencias autocráticas que, bajo el liderazgo de Hugo Chávez, van conquistando la región a costa de la democracia liberal.

“Por favor, Presidente Uribe,” escribe Oppenheimer, “abandone esta imprudente idea. Lo terminará destruyendo a usted, y a su país.”

¿Hará caso nuestro Edipo de las advertencias del sabio profeta, o se encontrará antes con el fatal némesis de los dioses? Lo probable es que su cegante hubris le haga creer que es infalible, y que al dirigir el buque del estado hacia aguas tormentosas termine hundiéndolo, y a todos los ciudadanos con él.

Daniel Raisbeck