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jueves, 9 de abril de 2009

Los nuevos tiempos

Al levantarme el sábado pasado miré por mi ventana, que da a la plaza entre la Iglesia de María y el Ayuntamiento Rojo de Berlin, y descubrí una gran masa aglomerada e inquieta. Aunque al principio no pude distinguir la razón por la cual este tumulto estorbaba la tranquilidad matutina, pronto caí en cuenta que se trataba de una protesta anti-capitalista. Varios parlantes amplificaban la tronante voz de un hombre que proclamaba una arenga contra el libre mercado, mientras cientos de manifestantes, la mayoría jóvenes desaliñados, marchaban determinados, llevando pancartas que informaban que ellos no pagarán los platos rotos de «vuestra crisis» (“Wir zahlen nicht für eure Krise!”) Daba pena ver la indefensa estatua de Neptuno; los tritones y nereidas eran incapaces de proteger al dios del mar de la masa de manifestantes enfurecidos que, como si fuese una escena de la Teogonía de Hesíodo, escalaban hasta la cima del monumento y hasta colgaban sobre su tridente letreros con cruces señalando el entierro del capitalismo.

Esta demostración , organizada por el partido de la extrema izquierda, el cual surgió en parte del partido único de la Alemania oriental comunista, expresaba la rabia de ciertos sectores de la población con el gobierno por utilizar fondos del fisco público para salvar a los grandes entes financieros privados que se han desmonorado en la crisis actual. En Alemania y en Europa, la izquierda recalcitrante parece sentirse redimida por el fracaso del sistema global financiero. En las universidades, por ejemplo, abundan pancartas proclamando que Marx, después de todo, tenía razón. y otras incitando a los estudiantes a que conviertan el capitalismo en parte de la historia.

Pero este fenómeno no se da únicamente en el país con la economía más grande de Europa. También en Inglaterra el furor conra los banqueros se deja sentir; en Londres, ciertas bancas de inversión le recomiendan a sus empleados no llevar prendas muy suntuosas ni mostrar logotipos de la compañía en público, pues pueden ser reconocidos como banqueros y agredidos por el público, tal como los altos ejecutivos en Francia que fueron víctimas de ataques con huevos lanzados como proyectiles por los trabajadores de la compañía. En la prensa británica, e inclusive en el diario conservador The Times, se leen frecuentemente columnas que no ocultan alegría por el declive de los siniestros banqueros, algo que crea un clima de Schadenfreude a nivel mundial.

Como han cambiado los tiempos. Recuerdo la veneración con la cual se alababa a los «maestros del universo» hace solo unos años, sobre todo en EEU. El héroe de un amigo mío de la universidad, y sospecho que de muchos otros jóvenes ambiciosos, era Gordon Gekko, el personaje que interpreta Michael Douglas en la película Wall Street. Gekko es la personificación hollywoodense del financiero neoyorquino, un jefe de banca de inversión que surge en el mundo de la banca a una temprana edad, obteniendo un poder monumental y justificando su acumulación de cientos de millones de dolares con la célebre frase que «la codicia es buena,» tanto para la sociedad como para el país. Gekko, en efecto, representaba un ideal; los mejores estudiantes de las más prestigiosas universidades hacían hasta lo imposible por ser contratados por las grandes firmas de inversión como Merryl Lynch, Goldman Sachs y Lehman Brothers, (pero también por los menos conocidos pero no menos lucrativos «hedge funds,») donde se trabajaba 18 horas al día pero se podían acumular varios millones antes de los treinta años. Es difícil exagerar el prestigio que brindaban estos nombres.

Hoy, claro está, la diferencia en EEU es también monumental. En un artículo reciente, el New York Times informa que, dada la ira pública contra los banqueros, muchos de ellos sienten verguenza al tener que responder preguntas acerca de su carrera en eventos sociales. «Preferiría decir que soy pornógrafo,» responde un banquero estadounidense anónimo, «pues por lo menos ese es un negocio que la gente entiende.» No ha disminuido la furia del pueblo contra los altos ejecutivos financieros luego del escándalo en el cual se supo que cientos de millones de los fondos del plan de rescate de la nueva administración fueron usados para repartir bonificaciones anuales entre la directiva de AIG.

Cuesta creer que, tras los eventos del último semestre, EEU se ha convertido en tal vez la mayor economía dirigida por el estado del mundo. Recuerdo que, al final del verano pasado, oí a un funcionario del Departamento de la Tesorería declarar con orgullo que «ahora somos más grandes que el Pentágono.» Tengo otro amigo que trabaja en este gigantesco ente burocrático: un activista de izquierda pelilargo que se involucró en la campaña de Obama cuatro años después de haber apoyado al radical Howard Dean. Hoy en día tiene él más poder que el banquero de inversión que como universitario se preparaba para su carrera en Wall Street recitando de memoria los discursos de Gordon Gekko frente al espejo.

Pero la prueba más contundente de que estamos en una nueva era la presencié al salir de mi casa aquel sábado de la protesta berlinense. Al cruzar la calle me encontré a un italiano que conocí en el 2006 mientras trabajaba para un centro de investigación conservador en Washington muy cercano a la administración de Bush y, antes de eso, a la de Ronald Reagan, donde los conceptos de «deregulación» y de libre mercado eran considerados de esencia sagrada. Recuerdo muy bien que, en esa época, este colega solía vestir trajes hechos por su sastre en Milán, y que me contaba acerca del Porsche que pensaba comprar al regresar a Europa. Vaya sorpresa cuando lo ví con una camiseta que mostraba la cara de Obama, montado en una bicicleta vieja y dirigiéndose, como me informó, hacia la ONG defensora de derechos humanos donde ahora trabaja. «Ya sabes,» me dijo al notar mi confusión instantánea, «son los nuevos tiempos, y te recomiendo que también cambies tu estilo.» Antes de partir pedaleando, miró detrás suyo y apuntó hacia la masa que, no reducida, continuaba vociferando un elsogan anti-capitalista tras otro.

Daniel Raisbeck

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