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jueves, 5 de noviembre de 2009

Berlín: veinte años después, todavía una ciudad dividida


Para Ursula, estudiante de publicidad de 20 años oriunda de Zehlendorf, en Berlín occidental, la frontera de su ciudad termina en Potsdamer Platz, antiguo límite con el oriente. “Más allá no voy,” afirma, “a menos de que salga de noche al oriente, lo cual no sucede muy a menudo.” Si se le pregunta qué es lo más emblemático de su ciudad natal, responde sin titubear: “KaDeWe” (Kaufhaus des Westens,) el enorme almacén por departamentos sobre la calle Kurfusterdamm, símbolo del lujo y la prosperidad que engendró la robusta economía de la antigua Alemania occidental.

Erich, estudiante de sociología en la misma universidad de Ursula pero oriundo de Treptow, en Berlín oriental, dice que no entraría a KaDeWe por principio, pues lo considera un emblema del capitalismo salvaje y del materialismo burgués. Debe cruzar la frontera hasta Berlín occidental todos los días, dice, para llegar a la universidad. De lo contrario, se quedaría sin problema en el oriente.

¿Representa el punto de vista de estos jóvenes la actitud predominante de los berlineses veinte años tras la caída del muro? ¿Son todavía tan palpables los estragos de la Guerra Fría, durante la cual el muro no solo dividía la ciudad en dos zonas físicas, sino que también trazaba una frontera de concreto entre dos sistemas basados en filosofías políticas- dos visiones de la naturaleza humana- diametralmente opuestas?

En general, la ciudad ha logrado derrumbar el muro psicológico que siguió dividiendo los dos Berlines hasta mucho después de los eventos de noviembre del ‘89. La mejor prueba de ello son los miles de berlineses que, como Erich, cruzan diariamente de un lado a otro para trabajar o para estudiar.

Es más, resulta curioso pensar con qué facilidad el U-Bahn transita hoy en día entre estaciones que hace solo veinte años pertenecían a países enfrentados hasta la muerte. El solo acto físico de cruzar desde Mohrenstraβe a Potsdamer Platz en la línea U2, por ejemplo, es un indicio de la capacidad humana, o al menos alemana, de dejar que lo pasado, pasado esté.

También dice mucho el hecho que, en ciertos lugares del antiguo Berlín oriental como Hakescher Markt o la zona de Friedrichsstraβe alrededor de Gendarmenmarkt, florezca el comercialismo ultra chic en el corazón de la otrora capital comunista.

De la misma manera, sobresalen la embajada de EEU y el museo de los Kennedy a solo unos metros de la Puerta de Brandenburgo- del lado oriental- para que no persista duda alguna entre el perenne enjambre de turistas, acerca de cómo concluyó la Guerra Fría.

Pero, pese a estos rastros de integración, o tal vez de conquista occidental, al permanecer en Berlín por un tiempo no es difícil percibir las diferencias entre oriente y occidente que aún perduran.

En general, el occidente sigue siendo un sector más rico, sus ciudadanos más pudientes y más propensos a vestir saco y corbata, o a llevar en la mano una bolsa de compras de KaDeWe. El barrio de Charlottenburg, el cual se extiende alrededor del palacio de la antigua monarquía prusiana, mantiene su aire de gentileza y preserva de cierto modo la mesurada elegancia de la alta burguesía europea de antaño, especialmente alrededor de Savignyplatz.

El sector de Zehlendorf, también en el occidente, es suntuoso, y ciertos berlineses dicen que ahí viven los “Bonzen,” término que describe una persona de gran influencia económica o política que se esfuerza poco por disimular su riqueza.

Más al occidente, en el suburbio de Schlachtensee, se encuentran bellas casas entre la fronda, y al borde del lago de Wannsee, colonizado por velas blancas en un buen día de verano, se levantan imponentes mansiones al borde del agua. En una de éstas se reunieron los altos directivos del partido Nazi en enero de 1942 para planear cómo se llevaría a cabo la “última solución.”

El aire que se respira en el oriente es otro. Alexanderplatz, el viejo centro del Berlín comunista, está rodeada de edificios de la era soviética, fríos e impersonales en severa oposición al esteticismo clásico. En las noches, la agitada estación de Alexanderplatz se convierte en un punto de encuentro para la cultura “punk” de la ciudad, y no es raro ver cabezas verdes y chaquetas de cuero negro impregnadas de punzantes tachuelas.

Alrededor de Alexanderplatz se extiende una zona que, en términos de cultura, es quizás la más rica del mundo. Las Iglesias góticas de San Nicolás y de Santa María, construidas originalmente en el siglo XIII y por lo tanto las más antiguas de la ciudad, el Berliner Dom, la Isla de los Museos, la Opera Unter der Linden, el Museo de Historia Alemana, la Universidad de Humboldt, la Biblioteca Nacional y la Sala de Conciertos se hallan todos concentrados en una sola zona no muy extensa y bordeada por el majestuoso Spree.

El movimiento y la energía que caracterizan este centro de cultura, también invadida a diario por olas de turistas, se extiende hacia el oriente. En el barrio central de Mitte se encuentran una serie de galerías de arte independientes y de pequeños cafés. En el borde de este sector está el famoso Volksbühne o teatro del pueblo, erigido a finales del siglo XIX con el fin de brindarle acceso al mundo de las artes a las clases no privilegiadas.

El barrio colindante, Prenzlauer Berg, que a principios del siglo pasado les dio vivienda a los trabajadores de las fábricas de la ciudad, se ha convertido en las últimas décadas en un refugio para los estudiantes, artistas, escritores y familias jóvenes que habitan sus apartamentos de altos techos y bajas rentas. En el Mauerpark (Parque del Muro), los domingos se canta “karaoke” en un anfiteatro de piedra, mientras que en el continuo mercado de pulgas se puede encontrar una gran variedad de artículos- desde muebles del siglo XIX hasta ametralladoras AK-47- todo por un precio negociable.

Y es precisamente el bajo costo de vida de la ciudad, al menos comparado a las demás capitales de Europa occidental, lo que define de cierto modo el espíritu del Berlín actual. En parte, es este fenómeno el resultado del control a los precios de los arrendamientos mantenido por el gobierno distrital para proteger a los Ossis (alemanes orientales) de la repente e inesperada llegada del capitalismo, situación que, sin embargo, está cambiando lentamente.

Pero, pese al cambio que se avecina, sigue siendo Berlín hoy lo que fue una vez París, cuando los bajos precios y la enorme oferta cultural atraían a generaciones enteras de artistas e intelectuales a las orillas del Sena. Hace años ya, los altos costos de la Ciudad Luz viene expulsando a los “espíritus libres”, y Berlín los ha acogido con brazos abiertos, tal como recibió hace más de tres siglos a los Hugonotes expulsados de Francia por Luis XIV. Usualmente, los artistas han encontrado su hogar en el oriente de la ciudad.

La gran excepción a la diferencia entre el occidente burgués y el oriente pobre, pero librepensador y artístico, es, aparte de Wedding, el barrio de Kreuzberg, destino de los miles de inmigrantes turcos que llegaron a Berlín occidental a principio de los sesentas, invitados por el gobierno de Bonn dada su urgente necesidad de mano de obra barata. Cinco décadas después, es el Kreuzberg de hoy, tras Estambul, la segunda ciudad con mayor población turca del mundo, lo cual se percibe de inmediato al bajarse de la estación de U-Bahn de Kottbusser Tor, alrededor de la cual se leen avisos en turco, se siente el olor a especias y se ven docenas de mujeres envueltas en “burkas”.

Es fascinante el contraste entre la mayoría turca de Kreuzberg, conservadora en la protección de sus raíces y su cultura, y su estatus como la sede de la vida nocturna más activa de la ciudad. También es Kreuzberg el centro de la cultura punk y, hoy en día, del movimiento hip hop de Berlín. Por estas razones, Kreuzberg atrae a muchos estudiantes y otros jóvenes que piensan que Prenzlauer Berg, en el oriente, ha sido conquistado por burgueses con ínfulas de bohemios (Bobos).

Pero la convivencia entre estas culturas no ha sido cosa fácil. Esto apunta a otro factor que contribuye a que Berlín siga siendo una ciudad dividida, en este caso entre la comunidad turca y el resto de la sociedad. En parte, la división surge del hecho que, en los sesentas, el gobierno alemán no consideró la posibilidad de que los trabajadores invitados (Gastarbeiter) se establecieran permanentemente y trajeran a sus familias, y por lo tanto hizo muy poco por integrarlos. Los esfuerzos de integración comenzaron, por lo tanto, tarde, pero pese a ellos siguen siendo los turcos la minoría peor integrada de Alemania. Muchos niños de familia turca nacen y crecen en Kreuzberg pero nunca llegan a dominar el idioma alemán.

Este fenómeno, combinado con la dificultad de muchos Ossis al adaptarse a la nueva sociedad, ha contribuido a que la economía de Berlín viva en depresión constante. Esto no ha sido del todo malo para Berlín, pues ha adquirido fama de ciudad “pobre, pero sexy,” como la describió el actual alcalde Klaus Wowereit.

Esta situación, sin embargo, ha creado tensiones sociales, las cuales reflejan los recientes comentarios del polémico ex-ministro de finanzas de la ciudad, Thilo Sarrazin: “un gran número de turcos y de árabes,” dijo, “no tiene otra función productiva fuera de vender frutas y verduras, y esto probablemente no les desarrollará su perspectiva…”.

También dijo Sarrazin que, en Berlín, “entre más baja la clase social, más alta la tasa de natalidad,” frase que, aunque despectiva, ilustra el fenómeno de que los alemanes no se reproducen lo suficiente para mantener el nivel actual de la población, mucho menos para hacerlo crecer. Mientras tanto, muchas familias de inmigrantes engendran hijos por montón.

Estas frases fueron censuradas por muchos, y en especial por los medios, por su irrespeto e insensibilidad hacia las minorías. Pero a la vez resonaron entre la parte del pueblo alemán que ve con preocupación los cambios demográficos que están ocurriendo y que piensa que Sarrazin pronunció una verdad que la cultura de lo políticamente correcto había escondido por mucho tiempo.

Las divisiones que persisten entre Ossis y Wessis, tal como aquellas que dividen a los alemanes de los inmigrantes, pertenecen a lo que la canciller Angela Merkel llama “los muros del Siglo XXI.” Estos son los “muros en nuestras mentes, los muros de los intereses propios y miopes, los muros entre el presente y el futuro.”

Es concebible que Berlín logre derrumbar estos muros intangibles, tal como derrumbó aquel que, erigido por los impulsos menos nobles del ser humano, separó por casi tres décadas a los habitantes de una misma ciudad.

Daniel Raisbeck

elcertamen@gmail.com